Jesús María Amilibia
Paula Martel: «Tengo un problema: estoy demasiado bien para mi edad»
Entrevista a la actriz Paula Martel
Si se concediera un premio a la timidez, Paula habría logrado varios en sus principios, cuando llegó a ofrecerle a un empresario teatral que le pagara menos con tal de no tener que salir a saludar al final de la representación. Cuando actúa, pierde la timidez «porque en ese trance no soy yo, soy un personaje que hace lo que tenga que hacer; pero cuando salgo a saludar soy yo en cuerpo y alma, y eso me da vergüenza».
–¿Vuelve la cabeza si alguien la llama María del Carmen Pérez Ochoa?
–Hombre, si lo dice así, todo seguido, sí, pero no si me llama sólo Carmen. Llevo más años de Paula que de Carmen, incluso he llegado a firmar documentos en el notario como Paula sin darme cuenta y han tenido que rehacer todo el papeleo.
Habla el francés como el castellano; también domina el inglés (va a clases para conservar el nivel) y un poco menos el italiano. No puede con el alemán. Estudia en casa Historia del Arte. Pero su más fuerte pasión –a falta de pan buenas son tortas– es viajar, «el mejor regalo que me pueden hacer es uno a donde sea; viajar me enriquece; conocer otras formas de vida, otros paisajes, otras gentes es para mí vivir plenamente».
–No sé si le gusta llegar o el camino...
–Como ya no se viaja en diligencia, sino en avión, y volar no me gusta mucho, prefiero llegar. Voy con amigas y casi siempre en el punto de destino tengo también amigas y amigos. ¿A la aventura? Fui sola a Nueva York. Me encantó.
–O sea, que vive para el placer...
–Sí: viajes, conciertos, teatro, cine, lectura... Leo mucho. Llevo la vida plácida que espera tener casi todo el mundo. Soy una chica con suerte en todos los sentidos. La vida me ha dado y me da mucho. Pero yo pongo de mi parte: soy muy positiva, no le pongo zancadillas a la felicidad.
Se casó con un actor, José María Mompín, «y fueron 14 años de felicidad total; cuando se murió, en el 79, me hundí, estuve meses como una zombi, viviendo sin vivir, hasta que apareció Arturo Fernández, al que quiero como un hermano, y me ofreció hacer con él ''Juego de noche''. Otros me llamaban para trabajar, pero no insistían; intentaban salvarme, pero yo no me dejaba. Arturo insistió e insistió, y al final logró rescatarme; nunca lo olvidaré».
–Luego interpretaron juntos muchas otras comedias. Es raro que no cayera en las redes del gran seductor...
–Arturo es un gran seductor y muy generoso. Pero en este caso prevaleció la amistad sobre cualquier otra tentación. Muchos supusieron que sucumbí a sus encantos, pero no. Cuando me rescató, pesaba 39 kilos, era toda yo huesecitos y pellejo. Tanto era así que le dije: «Ten preparada a otra por si te fallo, no estoy muy fuerte...». Pero me recuperé en seguida y no fallé.
–En el 87 dejó el teatro, el cine y la tele y se fue a trabajar a Christian Lacroix y luego a Hermés.
–Estaba agotada, me empezaba a faltar ilusión. Hacía teatro, cine y televisión a la vez, dormía tres horas, no tenía vacaciones... Alguien podría pensar que perdí la pasión por el oficio, pero no. Es que estaba cansada.
Después de quince años en el mundo de la moda –ella es una mujer elegante, «pero no pija», dice–, regresó a los escenarios de nuevo con Arturo Fernández. Recuperó la ilusión. Ahora querría trabajar, pero no encaja: «Vivo una situación extraña por mi físico: estoy demasiado bien para la edad que tengo; me llaman por mis 67 años y cuando me ven se decepcionan; no doy bien de abuela ni tampoco de dama joven, claro. Qué paradoja que estar bien sea un problema para trabajar». Vive en Marbella.
–En fin, que envejece divinamente...
–Yo diría que envejezco bien, sana. Voy al gimnasio y camino hora y media todos los días. Acepto mi edad. Estoy sola y me siento muy bien así. Aprendí a estar sola y disfruto de la soledad, de mi independencia. Me siento tan bien siendo libre y haciendo lo que me apetece... No he echado de menos un hombre. Una vez que aprendes a vivir sola te cuesta atarte. Hace unos años pensaba que si me volvía a enamorar exigiría que cada uno viviera en su casa. Pero no ocurrió. Y ya, a estas alturas, ni así.
Quiere trabajar, sí, pero no le hace falta para vivir. Pasó por la etapa del destape sin romperse ni mancharse: «No me ofrecieron desnudarme y pienso que, de ofrecérmelo, no habría aceptado; tenía tanto trabajo que podía decir que no; pero no sé qué hubiera hecho de no tenerlo». No bebe, no fuma. Lee sin gafas. Su gran admiración es su hermana, la gran pintora impresionista Pilar Pérez Ochoa, con obra en todo el mundo. Paula todavía hace fotos de las puestas del sol. Ahora le espera China.
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