Estreno
«Siempre hay que procurar no agradar a nadie»
Martiño Rivas. Actor. No para de estrenar: en teatro, «Cuestión de altura», y en televisión, «Romeo y Julieta»
Son las diez y media de la mañana y Martiño Rivas nos recibe en el hall del Hotel Emperador haciendo estiramientos de espalda. Cualquiera diría que ha pasado una noche toledana. Todo lo contrario. Ha dormido bien, pero aún no se ha desprendido de la tensión tras el estreno, el pasado jueves, de «Cuestión de altura», en el Teatro Español. El martes sigue el maratón, ya que Telecinco programa la miniserie «Romeo y Julieta», un personaje que parece que está hecho a su medida, aunque, aplicado como es, ha sido Rivas el que le ha tomado la talla al personaje para ajustarse a él.
–Cuando comentaba que iba a entrevistar a Martiño Rivas me decían: «Será a Martín, ¿tanta confianza tienes con él?» Así que no sé cómo llamarle.
–No es un diminutivo, es mi nombre. Si quieres te enseño el DNI... No eres la única, cuando llegué a Madrid le sucedía a mucha gente. La verdad es que no conocía a ningún actor que se llamase Martiño y me di cuenta de que si era yo el primero quizá no habría otro. También me hace distinto.
–Estrena «Romeo y Julieta». Supongo que es un personaje complicado. Ha habido tantos Romeos...
–Todo los espectadores tienen uno en mente y todos los hombres y las mujeres tienen a un Romeo y a una Julieta interiorizado. Los personajes clásicos son un arma de doble filo porque hay grandes precedentes con los que compararte, pero también es cierto que no pertenecen a nadie.
–Habrá sido fácil simpatizar con él. Todos hemos vivido amores atravesados. En ellos se da lo mejor, pero también lo peor.
–Sí, pero como el de Romeo y Julieta... A mí lo que más me atrae es el fatalismo que desprende la historia, ese desenlace que no se puede evitar. Y luego está el rencor que siente una familia por la otra, un rencor basado en el miedo y el desconocimiento.
–Parece que está en estado de gracia. Ahora en el teatro con «Cuestión de altura» recién estrenadita.
–Ha sido un parto muy largo. Queríamos quitarnos ya la presión de un estreno de encima. Fue un debut muy positivo. Por los aplausos, una de dos: o la gente mentía muy bien o es que les gustó de verdad.
–¿Es el teatro la prueba del nueve para un actor?
–No tengo una visión muy idealizada del mismo en el sentido de que los actores de verdad sean los que están encima de las tablas. Eso es una falacia, uno está porque quiere y no tiene por qué ser la cumbre de tu carrera. Lo que sí que es cierto es que te da una gran disciplina.
–Y luego está el cara a cara con el público...
–Donde a veces hay que defender algo que no funciona. Notar que los espectadores se alejan y saber que mañana vas a vivir la misma situación y pasado también... Es un ejercicio de coraje que no sucede con la televisión y el cine.
–Bueno, en la televisión se vive pendiente de los índices de audiencia y en el cine de la recaudación.
–Pero no es igual, al menos, la relación con el público. Su reacción te llega a posteriori. Alguien te dice por la calle: «Oye, no me gustó lo que hiciste ayer en la televisión», ¿Ayer? Ah, vale, pero eso ya es pasado. El teatro es un presente continuo.
–También se está más receptivo a las sensaciones que transmite el espectador.
–Sí, pero tampoco demasiado porque si no te vuelves loco. Hay que procurar no agradar a nadie. Lo que intento es no repetirme, no caer siempre en el mismo juego. En ese sentido creo mucho en la visión de los distintos directores con los que trabajo.
–Cambio de tercio: al decir que iba a tener un encuentro con usted, muchas chicas suspiraron...
–¡Pues muchas gracias! Hay una cita de Mark Twain que me encanta: «No me gustan los halagos porque siempre se quedan cortos». Ja, ja, ja.
–Eso espero, ya la primera vez que le entrevisté por «El don de Alba» tenía usted pinta de ser un tímido de cuidado.
–Como todos los actores, y no es un tópico. Conozco a bastante pocos que sean extrovertidos. Hay gente que se te acerca y te dice: «Yo sería una excelente actriz porque no tengo vergüenza». ¡Ojalá fuese ése el ingrediente para entrar en el oficio! En la vida real somos personas con muchos miedos: a no agradar, a ofender, a no tener las cosas bajo control... En la ficción es todo tan fácil, aunque hay margen para la improvisación sabes que hay un inicio y un desenlace. En ese sentido es una experiencia muy catártica, ya que puedo equivocarme sin que haya un componente personal.
–Lo que admiro de los actores es su capacidad para gestionar los sentimientos.
–Tampoco hay que darle demasiada importancia. En el oficio de actuar hay que tratar de ser honesto y al servicio de una historia. Cuando notas que un actor está haciendo juegos artificiales por el mero hecho de lucirse... malo. No me interesa nada. Admiro a intérpretes como a mi compañero de trabajo en «Cuestión de altura», Tomás Pozzi, porque tiene la capacidad de generar incertidumbre e inquietud en el espectador pero siempre para beneficiar la trama.
–Como De Niro, Hoffman, Pacino. ¡Lástima que los últimos personajes de estas estrellas no estén a su altura!
–Quizá sea culpa suya que elijan mal, lo más posible es que no tengan opción de hacerlo. Me da la impresión de que a los espectadores no les interesan las historias con gente mayor.
–Estamos terminando la entrevista y todavía no le he preguntado por su padre, el escritor Manuel Rivas. ¿Es un alivio por aquello de las comparaciones?
–Para nada. Me encantan que me pregunten por él porque, para mí, es la pregunta más fácil. Es importantísimo, condiciona mi vida, pero para bien.
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