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Veinte divos homenajean a la Caballé

Los asistentes posaron durante el homenaje que El Teatro de la Zarzuela hizo a la soprano. Foto: Teatro de la Zarzuela
Los asistentes posaron durante el homenaje que El Teatro de la Zarzuela hizo a la soprano. Foto: Teatro de la Zarzuelalarazon

No son frecuentes reuniones así con el mejor bell-canto de la actualidad. Cantaron los número uno pero se echó en falta a Josep carreras, el tenor que descubrió Montserrat cuando, todavía un pipiolo, estaba en el coro liceista. La diva lo alzó hasta «Norma» en uno de sus principales papeles, luego le acompañó a todos los teatros mundiales. Cayó como milagro del cielo porque Plácido hasta entonces daba la talla vocal y tenía mucha galanura como se está viendo. Se hicieron imprescindibles y su «Aida» está considerada la mejor del siglo XX.

Exhibieron el repertorio que la soprano se encargó de ampliar exhumando óperas inéditas. Visitó bibliotecas, husmeó archivos y en Milán tenía una amiga que también colaboró en esta «ocasión salvavidas» que, actuaciones aparte, la hicieron una entregada estudiosa del canto. Todos la llamaban «la última diva» y así la recordaron con emoción y gratitud en el homenaje liceísta «in memorian» donde hubo pocos familiares. Bernabé hijo prefirió quedarse en Barcelona atento a su padre y Carlos Caballé no se mueve, por lo que todo se lo cuenta su adorable hija Montse, él, que tanto disfrutaba viajando y ahora no puede hacerlo por dolores de espalda. Tan solo Monsita Martí se sentó en el zarzuelero palco ocho que desde ahora llevará el nombre de Montserrat Caballé. El público se agolpaba en la calle lateral, la entrada de artistas que encabezó la también mítica Teresa Berganza arrollando con el pelo completamente blanco.

Montserrat, teñía personalmente sus incontables pelucas y a ello le dedicó Maruja Torres un artículo único. Nuestra Montse lució el pelo «negro ala de cuervo» hasta el último minuto y así la metieron en el féretro en un segundo piso del cementerio donde también reposan sus padres. Ya es visita obligada.

Con la misma altura

Si el Liceo ya hizo su propio homenaje el pasado octubre, el concierto madrileño compitió con la misma altura aún sin el tenor. No falló nadie, desde una excepcional Nancy Fabiola Herrera de traje negro, la casi histriónica y nuevamente casada Ainhoa Arteta, tan colorista siempre y que acabó dándole al castizo «De España vengo, de España soy» antes de las palabras finales de la también imponente Nuria Espert. Quien evitó recordar el enfado que tuvo la diva cuando no la quiso dirigir escénicamente en dos óperas heroicas, entre ellas, «Medea» para el Romano de Mérida. A Montserrat le dolió. Pero ahora la trágica endulzó aquello entendido como desaire recordando que nuestro –sobre todo, suyo– Terenci Moix, al que Nuria llamaba Terensito, batalló por unirlas. Gracias a él conocí a la Montserrat humana, aseguró Espert rodeada de esmóquines negros fieles a la tradición. Tres de las actuantes vistieron llamativos trajes rojos, y a coro, como final apoteósico y levante del espíritu, entonaron «Canta, corazón, corazón no llores», alguna de ellas lagrimeando por la estrella ida. María Bayo, muy graciosa, igual que Carlos Chausson que desplegó su maestría de años pintureros en «Caballero de gracia me llaman», al tiempo que la soberbia Bayo rindió tributo a los del «más allá» bordando la exótica Cecilia Valdés.

Desde las alturas celestiales, Montserrat debió de conmoverse como aquella gris mañana del incendio liceísta cuando llegó dejando el avión y Londres. Conmovió verla mirar los pasillos de platea queriendo saber si también estaba quemada, como el teatro y la placa dorada que recordaban sus múltiples e inolvidables récords liceístas. Los que luego ella paseaba por el mundo, por delante y engrandeciéndolo y que con su arte único hacía inalcanzable porque era homenaje y lección permanentemente renovado en el teatro de su corazón. Scala, Met o Covent Garden no consiguieron tanto.