Nueva York
Lang Lang el nuevo Midas del piano
Convierte en oro aquello que toca, pero no cree que su nombre sea una marca. «Soy un artista», asegura con orgullo el pianista a LA RAZÓN. ¿Lo último? Ha llevado a Beethoven y Chopin hasta un videojuego de carreras, «Gran Turismo 5». Nueva York se puso en pie tras escucharle el día de Año Nuevo. Y sólo tiene 27 años.
Su nombre significa «brillante, hombre educado». Para unos, Lang Lang, a sus 27 años que no aparenta ni de lejos, pasa por ser el mejor pianista del planeta; para otros, está entre los más grandes y para un tercer y nutrido grupo es un profesional que sabe venderse como nadie, un producto del marketing que tiempo atrás hubiera resultado impensable. Todo lo que toca este joven de ojos rasgasdos se convierte en metal precioso. Sea como fuere su calendario apenas tiene fechas libres (ha despedido el año en Nueva York con un concierto en el Avery Fisher Hall con la Filarmónica de Nueva York) y su apariencia ha sufrido cambios en los últimos años, se ha modernizado. Ahora viste con más gusto, sujeto a modas y marcas, su figura luce bastante más estilizada y su pelo, apuntando hacia el cielo, tiene un cuidado despeinado, que nada dejan al azar quienes se preocupan de la imagen de este virtuoso del piano, un joven a imitar en su país: cuarenta millones de niños que estudian piano en China quieren ser como él.
Acaba de salir al mercado la nueva versión del videojuego «Gran Turismo» (por la quinta vamos ya) para la que toca once piezas clásicas, entre las que destacan composiciones de Chopin, Bach, Tchaikovsky, Prokofiev y Beethoven, entre otros (impresionante el vídeo en el que juega con una naranja mientras desliza los dedos por el teclado) y del que, según asegura a este diario «es un fan desde que salió a la calle. Es el más excitante juego de carreras que existe. Tocar la banda sonora fue un encargo que acepté desde el primer momento en que me lo popusieron porque siempre me rondó la cabeza el poder combinar música y tecnología, y ésta era una oportunidad perfecta. Es una de las experiencias más increíbles a las que me he enfrentado», señala a este diario. Para Lang Lang el juego «reúne las dosis adecuadas de perfección, riesgo, acción trepidante, velocidad y sonido».
Beethoven en la consola
Además, era una manera distinta de llegar a una gran cantidad de público joven que nunca ha tenido la ocasión de escuchar un concierto en un auditorio: «Intento siempre que puedo captar nuevas audiencias dentro de la música clásica porque estoy convencido de que los grandes siguen teniendo vigencia hoy. No creo que sea solamente en la escuela donde se debe estudiar a estos maestros. A través de un videojuego podemos dar la oportunidad de que se puedan acercar a ellos, de que puedan escucharlos y sentirlos. ¿No es una buena idea?», se pregunta. La respuesta es afirmativa.
Lang Lang cuenta con una legión de seguidores por todo el planeta y sabe que cualquiera de sus actos va a ser imitado. Está en el punto de mira y se ha convertido en referencia, pero cuando se le pregunta si se considera una marca, responde que «me parece un tanto exagerado que se me considere como tal porque yo soy un artista». No quiere añadir nada más.
En los últimos cinco años, la carrera de este joven chino que nació en Shenyang (China) el 14 de junio de 1982, ha dado un salto de vértigo y se ha aupado hacia el Olimpo. Sabedor y conocedor de que en su corta pero intensa vida no le han regalado nada (ha trabajado casi desde la cuna), no se olvida de quienes han sido sus maestros, como Alicia de Larrocha, por quien profesa un sentimiento especial y quien le animó en el difícil mundo del piano. «Viaje de miles de kilómetros. Mi autobiografía», que ha publicado este año, no ahorra datos sobre una dura infancia apenas vivida como un niño con un padre severo hasta el extremo, una madre comprensiva y una profesora (con nula visión de futuro) que le aborrecía y que le predijo que no iba a llegar a ningún sitio si continuaba tocando «como un samurai japonés que acabaría suicidándose», episodio que marcó su corta vida a los diez años y por el que estuvo casi a punto de aparcar el teclado (lloró y se golpeó las manos contra la pared para lastimarse).
Dejó de tocar y la relación con su padre se hizo añicos. No obstante, ya es pasado y confiesa que, salvo en contadas ocasiones, no siente la soledad: «A pesar de que viajo por todo el mundo, no me siento solo. Mi madre siempre está conmigo y a mi padre le veo con cierta frecuencia cuando toco en China. Además, tengo amigos repartidos por todo el mundo y puedo reunirme con ellos cuando viajo». Asegura que desea sentir que, además de su profesión, tiene gente que le hace hundir los pies en la tierra. Pone tanta pasión en ensayar como en vivir. La misma.
El hombre doble de piano
Fue la estrella de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y recuerda una anécdota con humor: por razones de seguridad la organización se negó a poner su nombre en el camerino y lo identificó con el siguiente letrero: «Hombre doble del piano» (porque su nombre está repetido). Entre las cientos de anécdotas que relata, siempre con una sonrisa en los labios, están las referidas a los maestros clásicos; le dicen: «¡Qué suerte tienes! Te ha contratado la misma discográfica que a Mozart. Por cierto, ¿qué tal toca?». Los jóvenes, curiosos como ellos solos, quieren conocer si Chopin es simpático o si Lang Lang ha compartido escenario con ese tal Beethoven. Él ni se inmuta, le inspiran ternura y sabe que llegar a lo más alto es tarea reservada para unos pocos. Una frase le acompaña en su vida: «La disciplina importa más que el talento y la suerte», repite. A él no le ha faltado la primera.
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