Casas reales

La profesión va por dentro

Los admiradores de Doña Sofía son más de los que parecen. Ella se ha convertido en un personaje atractivo y legendario, como una sutil actriz que encadila con su aparición

La Razón
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En España, hay monárquicos, juancarlistas y secretos admiradores de la reina Doña Sofía: la buena Reina. Son más de lo que parece. No se configuran en secta ni colectivo porque es una pasión discreta que ni se ocultan ni se pregona, simplemente se tiene. Y se lleva con la misma naturalidad con la que la Reina acude al selecto club Bilderberg, por cuyo prestigio mistérico se ha convertido en un personaje tan atractivo y legendario como los de «La liga de los hombres extraordinarios» –en este caso «mujeres extraordinarias», como Lady Dui, Gracia de Mónaco y Fabiola–.

La Reina ha demostrado a lo largo de los años que lo suyo es la cultura, la caridad activa y el protocolario dar nombre a prestigiosos palacios de música y museos de arte contemporáneo que admira con la misma educada condescendencia de quien antepone lo simbólico a lo imaginario. Los Reyes nos hacen más reales.

No es que la caza mayor y los safaris con millonarios no estén bien –¡qué sabe nadie!–, pero los sofiadoradores prefieren verla en un buen concierto, presidiendo desde el palco real, en la penumbra de los cortinajes, soportando con estoicismo obras teatrales insufribles, como las nueve horas del «Mahabharata» de Peter Brooks. Pero ella es una Reina, y, además, una reina sin más boato que el discreto encanto de una realeza al día.

¡Figúrense que la Reina Doña Sofía se presentara ante los ciudadanos con la corona y el manto de armiño que luce en las grandes ocasiones la Reina de Inglaterra! A más de uno le iba a dar un patatús.

Esta monarquía es llana por deber histórico, pues sabe que la ostentación además de una provocación es inelegante. No está la Corona española para meteduras de pata, aún en carne viva los pasados.

Eso hace que la realeza de Doña Sofía –el Rey es otro rollo más campechano y cinegético–, pase desapercibida, como esas sutiles actrices que encandilan con su aparición en escena, para volver al anonimato con el respeto de sus seguidores.

Disgustos
Aunque Pilar Urbano le ha dado algún disgustillo con sus dos biografías, ella sabe que esta Pilar no es la otra Pilar, que la ha desnudado viva, aireando esa cruz borbónica que ella ha llevado con elegante discreción y que apenas mostraba cuando el desaire era tan grande que, por vergüenza ajena, le exigía la salida de escena.

Nada que ver con sus declaraciones sobre el matrimonio gay, que enfadaron al minoritario colectivo GLBT. Algo delirante, porque nunca estuvieron a favor del matrimonio. Pero lo más absurdo es la falta de sintonía entre los gays y Doña Sofía, debido, sin duda, a una lógica pelusilla, porque Doña Sofía sí es una reina de verdad.

Y eso duele si no se asume. De no estar tan escorados, la Reina sería uno de los iconos preferidos del progresismo de salón.

Adamo le compuso a Paola de Lieja una emotiva canción: «Dolce Paola». Elton John adaptó su elegía a Marilyn Monroe como canto fúnebre a Lady Di. Todavía estamos esperando que Doña Sofía inspire no una ópera rock, pero sí al menos una elegante canción pop titulada «Las princesas no lloran». ¿Nunca?


AMOR A LA MÚSICA

Animales
Es vegetariana y ha reconocido que «adora a los animales». Es incapaz de hacerles daño.

Amigos
Su hermana Irene es su gran apoyo. También su prima Tatiana Radziwill forma parte de su círculo íntimo.

Música
Melómana, le encanta la música clásica, el flamenco y los Beatles. Fue muy amiga de Rostropovich.

Familiar

En plena crisis ha viajado a Washington para estar con sus nietos, los hijos de Cristina. Le gusta su papel de abuela.