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La forofa

La Razón
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La de cosas que estoy aprendiendo sobre mí misma. Toda la vida ignorando el deporte televisado o radiado y ahora resulta que una victoria de la Selección puede ser importante para una mujer de cuarenta y tantos, española y de clase media, sin raíces futbolísticas conocidas. A mí esto del sillón-bol siempre me ha parecido un poquito «friki». Los hay que se meten entre pecho y espalda mil partidos y mil revisiones de jugadas y no bajan al gimnasio ni muertos. Reconozco que les he puesto verdes. Y ahora amanece el día de después del triunfo y me sale una sonrisa espontánea y hablo sola mientras conduzco y sueño con pulpos oráculo y los bendigo. Una es más gregaria de lo que creía. Empiezo a pensar que el ejemplo de once tipos empujando el balón al unísono y logrando metas puede ser bueno para un país empeñado día tras día en buscar lo que separa y disgrega. Es más, quizá una victoria deportiva pueda enseñarnos que la clave del éxito –también en lo económico y lo político y hasta en lo familiar– es el esfuerzo sostenido y el trabajo constante. Finalmente he llegado al extremo de dar gracias al deporte por ayudarnos a canalizar en el campo lo que de otro modo podría dirimirse en una guerra internacional. Como si el deporte fuese una catarsis bélica. Les aseguro que no sabía que dentro de mí hubiese un Villa y un Casillas, ni que el Barón de Coubertin tenía más razón que un santo. Por algo están las Olimpíadas en las raíces de Europa. Resulta que soy una forofa.