Poesía
CRÍTICA DE TEATRO / «La avería»: La mascarada de la justicia
Autor: F. Dürrenmatt. Adaptación: F. Sansegundo. Dir.: B. Portillo. Reparto: J. L. García Pérez, A. Etxeandia, E. Suárez... Matadero-Naves del Español. Madrid.
Interesantísimo punto de partida el de Friedrich Dürrenmatt en esta novela reconvertida en guión radiofónico y adaptada ahora por Fernando Sansegundo para que Blanca Portillo demuestre que sabe dirigir –y sabe, ya van seis obras y le luce el oficio– además de actuar, labor que en «La avería» deja en manos de un sobresaliente sexteto. Dürrenmatt hurga en el dilema de los límites de la justicia. Pero en vez de acudir al manido ojo por ojo, inventa un inquietante juego que Portillo interpreta en clave de comedia bufa con toques terroríficos: la cena de ancianos amigos a la que va a dar por el azar de una avería el comerciante Alfredo Traps –estupendo José Luis García Pérez, que despliega un abanico de registros, de la autosuficiencia a la desesperación– tiene lugar en un caserón gótico en el que ulula el pasado y se invoca en ceremonias a la imaginación del espectador, que elabora pesadillas. Pero, como suele ocurrir, el verdadero terror está en la vida y en uno mismo. El juego de máscaras al que un antiguo juez, fiscal y abogado –y algún otro jubilado cuyo oficio es mejor no desvelar– someten al invitado en una opípara velada viene a recordar que ninguno estamos libres de toda culpa y que la justicia alcanza allí donde la ley no llega. Lo hace sin venda, pero no sin máscara, en su sentido helénico; también en el teatral, pues la propuesta del autor es puro ritual. Portillo acierta a encontrar esa esencia y le añade un oscuro humor.
Controvertido látex
El problema es mezclar la máscara y la mascarada. La elección del látex como recurso, pues cinco actores jóvenes –irreconocibles– interpretan a ancianos, resulta algo grotesca e injustificada. Asier Exteandia, émulo de Scrooge como el maquiavélico fiscal Thorn, está redondo. Como José Luis Torrijo, que da vida al abogado; Daniel Grao, el recto juez anfitrión, y Fernando Soto, Pilet, eficaz «sirviente» con sorpresa. Pero, ¿no había actores ancianos capacitados para el papel? ¿No habría sido una opción de mayor verdad teatral, sin necesidad de artificio? Incluso se podría haber dejado que estos actores, sin postizos, demostraran su capacidad para ser viejos.
Posdata: se está volviendo norma en nuestros escenarios el abuso de micrófonos en teatro de texto, pero los actores jóvenes deberían saber llegar con su voz desnuda a las últimas filas. Si no, ahí está la tele...
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