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«El topo»: vuelve el espía Le Carré

Gary Oldman encarna al agente Smiley: nadie sabe lo que pasa por su cabeza
Gary Oldman encarna al agente Smiley: nadie sabe lo que pasa por su cabezalarazon

Tomas Alfredson convenció al productor Tim Bevan de que era su hombre cuando le dijo que pensaba que los espías eran los marginados y los mediocres que no podían pisar el campo de batalla. En una situación de guerra, los hombres más valerosos eran destinados a las trincheras; los que nacieron con alma de burócrata podían cumplir su misión detrás de un mostrador, anotando quién entraba y salía de una tienda durante un año, y volver a casa con la impresión de que habían servido a la patria sin saber exactamente cuál había sido su cometido. Es esa ignorancia la que pone en cuestión la necesidad de una ética, de un código moral: si uno no sabe para qué sirve su trabajo, ¿cómo puede saber si está bien o mal? «Si ves los telediarios o lees los periódicos, te darás cuenta de que el mundo de hoy está completamente obsesionado con el futuro. Ésta es una historia del pasado que nos explica de dónde venimos, cuáles son los orígenes de la sociedad del presente. Creo que, a pesar de lo que pueda parecer, John Le Carré no quería escribir simplemente una novela política: es, por encima de todo, una tragedia sobre la amistad, la lealtad y la traición».

Un tipo común y corriente
Así define Alfredson su adaptación a la pantalla de «El topo», clásico de la literatura británica que contó con una memorable adaptación televisiva que, allá por 1979 (tan fiel al original que incluso algunos de sus diálogos se respetaron textualmente), «vaciaba las calles de Suecia a la hora de su emisión», como recuerda el director sobre el éxito que tuvo. El cineasta sueco se enfrentaba, pues, a dos retos: contentar a John Le Carré, por un lado, y hacer olvidar la miniserie de la BBC que protagonizó el gran Alec Guinness, por otro.

«Empezamos pensando quién iba a interpretar a George Smiley», explica Alfredson. «No fue un trabajo fácil nos llevó de ocho a diez meses encontrarlo, y casi tiramos la toalla. Debía ser un actor que fuera capaz de encarnar a un hombre común y que, a la vez, no resultara aburrido para el espectador, lo que nos complicaba un poco las cosas. Fue Tim Bevan quien se lo propuso a Gary. Nos conocimos en Los Ángeles y todo resultó de maravilla», recuerda. Gary es Gary Oldman, que se ha prestado a adelgazar considerablemente su tendencia al exceso interpretativo para ponerse una máscara de cera que impide que sepamos qué le está pasando por la cabeza a Smiley.

Una vez encontrado el héroe, había que satisfacer a Le Carré. Fue coser y cantar, porque el creador de Smiley está acostumbrado al lenguaje sintético del cine. «Fue bastante generoso en todo momento. Decidimos que había que inventarse una escena donde se contara que todos los sospechosos de ser el topo eran amigos», comenta el director de «Déjame entrar». «Y se nos ocurrió la secuencia de la fiesta de Navidad, que no está en la novela. John nos animó a incorporarla: de hecho, nos contó que esas fiestas existían, y que siempre acababan con la llegada de la Policía».

Las imágenes de «El topo» parecen bañadas en azul cobalto y gris plomo. Son imágenes que pesan: atrapan a los espías en sus búnkeres de sospecha. «Utilizamos mucho los teleobjetivos, que comprimen la imagen para crear esa sensación de opresión y paranoia. Queríamos dar la impresión de que siempre hay alguien observando desde fuera, a través de una ventana o un agujero. Nuestro objetivo era captar un aroma, la esencia de un lugar húmedo y cerrado». Siendo fiel a los pormenores del espionaje británico, a sus costumbres protocolarias y a sus dobleces secretas –Le Carré trabajó como espía desde 1958 a 1964–, Alfredson ha facturado una película estilizada, cuya desnudez roza la abstracción. Se explica (y nos contradice en parte):
«¿Conoces esa anécdota sobre Picasso en la que un hombre se le acerca y le echa en cara que no le gusta cómo pinta porque sus cuadros no reproducen la realidad? El hombre le dice: "Las mujeres no tienen tres pechos. Mire esta foto de mi mujer, esto es real". Y entonces Picasso mira la foto y le pregunta: "¿Su mujer es plana y pequeña?". Con esto quiero decir que todo es subjetivo: es evidente que no he querido hacer un documental, pero no sé si he querido rodar una película estilizada», explica el director.

Lenguaje secreto
Colin Firth se añade a la conversación. Llega triunfante, en su primer papel importante después del Oscar de «El discurso del rey». Interpreta a Bill Haydon, espía, dandy, bisexual, amigo íntimo de Smiley y, claro, sospechoso de ser el topo en cuestión. «Mucho más que su tendencia a ser hombres de acción, lo que nos fascina de los espías es el control que tienen sobre un lenguaje secreto, la elegancia con que ocultan lo que parece que resulta evidente», asegura Firth. «Incluso en James Bond, que está en el lado opuesto a George Smiley, hay algo de todo eso que se manifiesta en su capacidad y en su impresionante poder de seducción. La diferencia es que todos queremos ser James Bond, y nadie querría ponerse en la piel de George Smiley».

«La película es una historia que está basada en las vidas de seres humanos. Sobre lo solos, desesperados y vulnerables que en el fondo son estos hombres que dependen los unos de los otros, y que ni siquiera pueden confiar en que esa dependencia sea limpia y honesta al mismo tiempo». Firth asiente y ratifica la universalidad de un argumento que parece diseñado para hablar de la sociedad contemporánea, en la que la información se ha convertido en el bien más preciado, el oro del siglo XXI. «No hay más que fijarse en el caso Wikileaks para advertir la vigencia de un trabajo como "El topo". La película ilustra la tensión que existe entre la verdad que los gobiernos quieren mantener en secreto y lo decepcionante que es esa verdad cuando sale a la luz», sentencia Firth.