Castilla-La Mancha
Se acabó el glamour
La política empieza a ser una profesión arriesgada. Lejos quedan los tiempos del glamour a lo Kennedy, donde los políticos eran envidiados por el poder que tenían, el dinero que manejaban y las mujeres que los rodeaban. Ahora soplan otros vientos. Que se lo digan al primer ministro de Islandia, que ha acabado con sus huesos en el banquillo, y veremos si entre rejas, acusado de llevar a su país a la quiebra. Siguiendo este ejemplo, el Partido Popular estaría comprometiendo el futuro del presidente Barreda, si la situación económica en Castilla-La Mancha es tan catastrófica como la pintan.
Hasta ahora a los ciudadanos se les han requisado impuestos para canalizar servicios, a través de la sociedad, que repercutieran en su propio beneficio. Ésa es la esencia del estado del bienestar. Pero hemos de reconocer que tan loable propósito se ha desvirtuado. Y hemos tenido que asumir con aparente normalidad el pago de impuestos para que el tripartito de Cataluña abriera embajadas por medio mundo, mientras se desbocaba la deuda. Hemos asimilado que la Generalitat Valenciana encabece el ranking de las comunidades que peor y menos paga. Y hemos visto con perplejidad que el Ayuntamiento de Madrid, siendo de lejos el más endeudado de España, debatía sobre si sus concejales seguían paseando o no en coche oficial. En Portugal, los ciudadanos han mandado a su casa al político que ha dejado al país intervenido, aunque habría que preguntar a los portugueses cuántos le querrían ver sentado en el banquillo. Aquí en España, según la encuesta publicada esta semana por LA RAZÓN, casi el 60% de los ciudadanos llevaría a los tribunales la mala gestión de los políticos. Se acabaron los tiempos en que los ciudadanos se apretaban el cinturón sin pedir explicaciones.
La pregunta es: ¿debería tener, también, consecuencias la inacción de los políticos? ¿El llegar tarde a la crisis, a las reformas y a las recomendaciones de Europa? Me temo que en una encuesta la respuesta mayoritaria sería: SÍ. Desde su atalaya, desde la que se divisa el precipicio en el que han caído nuestros socios griegos, irlandeses y portugueses, el Gobierno español sigue sin acometer las grandes reformas que España necesita y, lo que es más, denuncia al PP por querer recortar gasto. ¿Pero en qué quedamos? ¿No es eso lo que hemos de hacer, no pretende Zapatero pasar a la Historia como el gran reformador –y de hecho dice no irse por eso–? Estamos instalados en la confusión y en la bronca. Que los políticos se perciben como un problema –de momento el tercero– es un hecho quizá por eso Bono ha tenido la impúdica idea de ponerles a trabajar sólo dos días en vez de tres, y el resto de la semana dejarles en casa.
Se admiten apuestas: ¿cuánto tiempo van a tardar los ciudadanos en considerar a los políticos su principal problema? Cuando esto pase –mejor será que no–, me temo que de la poltrona al banquillo, aquí como en Islandia, sólo habrá un paso.
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