Crítica de cine

Café en mano

La Razón
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Me queda un mes y medio de estancia en estas tierras americanas y el repertorio de escenas de película con las que convivo día tras día sigue creciendo. Una de las imágenes centrales del cine americano que se cumple en la realidad es la protagonizada por lo que se podría llamar el «café de compañía». No hay película americana que se precie en la que no aparezca alguien llevando de un lado para otro un café en vaso de cartón de medio litro con una tapa de plástico. Las comisarías de policía, los bufetes de abogados o las redacciones de los periódicos, por poner sólo unos ejemplos, no serían concebibles sin ese café de por medio. Yo estaba convencido de que las películas exageraban y que la gente no podía estar todo el día con el café en la mano. Pero de nuevo, la realidad supera a la ficción. El café de medio litro (café aguado e insulso que te quema la lengua para dos semanas) es casi una prótesis de la que los americanos no se separan ni a la de tres. No importa donde uno vaya, siempre hay alguien bebiendo café. O mejor, alguien con un café en la mano, porque beber, lo que se dice beber, beben poco. De vez en cuando se llevan el vaso a la boca y hacen como que beben, pero no estoy muy seguro de que el líquido llegue a algún lado. De hecho, tras varios meses de observación, he comenzado a dudar de que en realidad haya algo de café dentro de los vasos y he empezado a creer que posiblemente ese café de compañía no sea otra cosa que una especie de mascota efímera a la que besan y acarician para que les dure todo el día, como si todos, en el fondo, estuviesen practicando algún juego que desconozco en el que gana el que más aguanta.