África

Nueva York

Muerte en el corazón de la noticia

Cuando el fotoperiodista británico Tim Hetherington empezó hace meses a recibir premios por su documental «Restrepo», se sintió algo avergonzado de sí mismo. El primer galardón importante que llegó fue el del Gran Jurado en el Festival de Sundance.

009lrd24fot2
009lrd24fot2larazon

Tras la nominación al Oscar. También le dieron un reconocimiento en la Universidad de Columbia. Antes había recogido el Alfred I. duPont y el Rory Peck Features de Periodismo por los trabajos que había hecho con el material de este documental para la cadena Abc, titulado «Afghanistan-The Other War».

No estaba cómodo en traje y corbata, bajo los focos y dando discursos de agradecimiento, sobre todo después de haber pasado un año con una unidad de combate en el valle de Korengal (Afganistán), considerado en ese momento el lugar más sangriento del planeta. Lo suyo eran las camisetas desgastadas, los pantalones rotos y las botas. Siempre con su cámara en la mano. Nunca perdió la oportunidad de rechazar que se le llamase héroe. Ésos eran los soldados con los que había convivido. Los jóvenes que con el tiempo le trataron como si fuese no uno más de su unidad, un hermano.

Hetherington decidió ir a Afganistán con una cámara pequeña y sin trípode. Tenía que recargar las baterías constantemente. Si no, se quedaba sin recoger las imágenes que necesitaba del infierno vivido por los soldados en Afganistán. Siempre lo dijo: «Me interesa la humanidad de la guerra». «Restrepo» es considerado el trabajo más fino sobre la contienda en el país de los talibán y uno de los mejores proyectos sobre la guerra.

El británico estuvo allí entre 2007 y 2008. Nadie le pagó el viaje. Se lo costeó él mismo. No le importó demasiado. La historia merecía la pena. Y él quiso contarla. Había acordado venderles el material a la revista «Vanity Fair» y a la cadena Abc. Y después hizo el documental «Restrepo», por el que saltó a la fama fuera de los círculos de su gremio. Su título lleva el nombre de un soldado colombiano, Juan Sebastián Restrepo, que murió en Afganistán. En su honor, sus compañeros de unidad decidieron rebautizar el puesto que defienden como «Valle Restrepo» y Tim hizo lo mismo con su documental.

Apenas retrató tanques y fusiles. No quería máquinas. Estaba mucho más interesado en el drama humano, en las caras y las vidas de los soldados. Con frecuencia, les preguntaba si tenían miedo. A veces lloraban. Le hablaban de sus familias. Y entonces el británico los consolaba.

Siempre había sido así. Hacía que la gente confiase en él y se sintiese a gusto cuando le contaban su historia. Hetherington estudió Literatura en Oxford, pero después volvió a la vida universitaria para hacer Fotoperiodismo. Desde el principio, fue un estudiante estrella. Por el color de sus fotos, la textura y, sobre todo, por los semblantes de la gente que retrataba: sus ojos, sus gestos, su mirada y también su llanto.

A pesar de haber estado una década en África occidental documentando los efectos de la inestabilidad política sobre las poblaciones de Liberia, Sierra Leona, Nigeria y otros países, fue «Restrepo» el trabajo que hizo que Hetherington cruzase la línea de la cámara y tuviese que colocarse de vez en cuando delante de ella para ser fotografiado.

La noche de la ceremonia de los Oscar en la que estuvo nominado su documental, se colocó como uno más al lado de las celebridades. Esos a los que siempre fotografió a regañadientes cuando en su primer trabajo su jefe de «The Big Issue», un periódico de Londres, se lo pedía. «¿Por qué tenemos que hacer esto cuando hay otras grandes historias?», preguntaba entonces.

Cuanto más cerca, mejor
Hace meses se hizo famoso. Entonces, se resistía y no dudaba en ponerse detrás del objetivo siempre que podía. Siempre siguiendo la máxima de Robert Cappa: cuanto más cerca, mejor. Hetherington murió el miércoles, a los 40 años, en la ciudad libia de Misrata junto con otro fotógrafo prestigioso, Chris Hondros. Para entender la guerra de Libia, había que estar en esta urbe, donde hombres y mujeres han contenido como han podido los ataques de Gadafi durante meses. Los rebeldes habían empezado a dejar entrar periodistas desde hace sólo dos semanas. Hetherington no podía estar en otro lugar.

Su fallecimiento pone encima de la mesa el eterno debate que siempre se recupera cuando muere algún periodista en el corazón de un conflicto que retrata. ¿Vale la pena a arriesgar la vida o perderla por una imagen o historia importante? Esta última palabra abre la puerta a otra discusión: ¿cómo valorar lo que es importante? Con Hetherington estaba claro: las vidas de la gente. El sufrimiento. La población civil de la que nadie se acuerda cuando los soldados abandonan el terreno de batalla.