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La Razón
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Las vacaciones estivales han sido, pese a todo cuanto ha sucedido en este tiempo, un paréntesis, un remanso, una breve tregua en la vida colectiva, un espejismo. Pero como corresponde al momento histórico que atravesamos, éste ha sido un agosto duro incluso en el clima. Se ha alcanzado y hasta superado el termómetro de antaño. Ni el Gobierno ha disfrutado de descanso, temeroso también de que si no logra el apoyo necesario a los Presupuestos de 2011, se verá obligado a disolver las Cámaras, lo que supondría un tiempo muerto indeseable, dada la situación económica del país, cuando miramos por fin hacia Asia con unos treinta años de retraso. Las vacaciones son tiempo de holganza y, a la vez, de reflexión. Pero los primeros compases del nuevo curso suenan a música ya conocida. Y, sin embargo, los movimientos en el seno de la Unión Europea han sido significativos para los tres miembros más importantes del invento: Francia, Alemania y el reticente Reino Unido. El bullicioso Nicolas Sarkozy, inquieto ante la disminución de su popularidad, la investigación sobre las fuentes de financiación ilegal de su partido y la aparición de otro, que podría aglutinar parte de la derecha liberal francesa, capitaneado por Dominique de Villepin, su ex primer ministro, colega y enemigo, se ha lanzado a la caza del voto racista emulando a Le Pen. En los momentos económicos difíciles, el orden, al precio que sea, otorga réditos electorales. Otra cosa es el reflejo de tales actitudes (contra los gitanos o la mendicidad agresiva) en Bruselas (o incluso contra la opinión de la Iglesia Católica) que, de momento, disimulan y se limitan a formalismos. Pero los franceses no convencieron.
El partido republicano estadounidense está operando en el mismo sentido, aunque, a falta de gitanos, buenos son los hispanos. La operación contra Obama (acusado de no ser estadounidense, de ser socialista y de no ser blanco) puede alcanzar cierto éxito en las elecciones al Congreso, pero es una táctica pésima a medio plazo, porque la fuerza arrolladora del sur de Río Grande resulta ya imparable. En general, las vacaciones estivales, en el mundo de la enseñanza, son cada año más breves. Han contagiado al mundo de la política y a otros ámbitos, regidos con anterioridad por otras formas de medir tiempos. La naturaleza ha acompañado el cambio de ritmo. Despedimos agosto con signos del inicio del verano. Vamos inclinándonos hacia el cambio climático de forma más acelerada de lo que algunos entendieron. Es como si esta crisis económica que no nos abandona se acompasara a la naturaleza. Los comienzos de curso suponen para los estudiantes un cierto cambio, pero en este país escuchamos el mismo habitual coro de grillos. Parece que CiU, eficaz soporte de los gobiernos nacionales, se hubiera erigido en estatua de piedra, impertérrita ante las posibles negociaciones del PNV, que sacará tajada para Patxi López, inestable lendakari que observa cómo se mueve la tierra bajo sus pies. Pero, ¿qué hacer? Me temo que a nadie, pero mucho menos a este país, le convendría ahora una campaña electoral a nivel nacional, en vísperas de la catalana (definitivamente a fines de noviembre), de las municipales y autonómicas. Sin embargo, el PP no puede hacer otra cosa que exigir adelanto electoral, mientras en Madrid los socialistas se obligan a unas primarias que tampoco les convienen.
En vísperas de la anunciada huelga general, sorteando como se puede la crisis que avanza a su ritmo y sigue afectando a su progenitor, los EEUU, golpeados unos y otros por la corrupción, que se debate a su ritmo en los tribunales, contemplando el desafecto de los alemanes hacia una coalición que no ha surtido los efectos deseados, agobiados por los pellizcos del vecino Marruecos, por la imperturbable dictadura castrista a cuya sombra se arriman algunos hoteleros y constructores españoles, entramos en el nuevo curso político con escasas ilusiones. La meditación no nos ha llevado, colectivamente, muy lejos y las acciones veraniegas tampoco han despejado incógnitas. Todo reside ahora en el precio que demande el PNV para sostener un estado de cosas del todo insatisfactorio. Tampoco la herencia de un pasado reciente produce alegría. Sí, los soldados estadounidenses de combate han abandonado Irak, pero el país está hecho unos zorros, sin un mal gobierno capaz de detener el terrorismo, mientras que el charco de Afganistán ni se seca ni parece que tienda a secarse, aunque allí se concentre la buena voluntad de las Naciones Unidas y el interés particular de alguna nación que encabeza el reparto. Pero es que, además, ya no se puede circular por el Magreb. Nos divierten las excentricidades de un Gadafi/Berlusconi que nada tienen de graciosas. No podemos dejar África a su suerte, pero tampoco las ONG parecen la solución adecuada a problemas endémicos que crearon los países coloniales en su día. Un nuevo curso quiere decir tan sólo que pasó el verano y el día a día se convierte en tarea engorrosa, en la que hay que lidiar, a la vez, con multitud de problemas, los propios y los añadidos. ¿El rayo de esperanza? Alemanes y españoles somos, dicen, los que superamos en confianza económica al resto de los países de la Unión. No deja de ser admirable.