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Inteligencia y ferretería (I)

La Razón
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Muchas veces me he preguntado cómo pudo un mediocre como Adolf Hitler hipnotizar al pueblo alemán y llevarlo al desastre sin apenas oposición. ¿Fueron las circunstancias?¿Se debió a su carisma personal?¿Se trató de una simple fatalidad histórica? Según su visión, al pueblo hay que hablarle de una manera sencilla, con el manejo de conceptos elementales e ideas simples.Visto de ese modo, un discurso dirigido a las masas ha de ser contagioso y pegadizo como el estribillo que hace duradero el impacto de una canción. Hitler hablaba con profusión de gestos, de una manera impulsiva, como si cada frase sustituyese al puñetazo que en ese instante le pedía el cuerpo. Poseía una oratoria clamorosa, exultante, desarrollada en un tono raras veces susurrante, como si estuviese poseído por la idea obsesiva de que no hay un solo concepto que por sí mismo pueda ser más vigoroso que la voz atronadora que lo desarrolla. No fue el primero en darse cuenta de que una frase es más penetrante si suena como un redoble en un tambor, pero desde luego demostró ser más eficaz que nadie en el desarrollo de esa idea. Fue hábil para utilizar su ideología adaptándola a su íntima convicción de que el pueblo se une de manera espontánea si se siente acuciado por lo que él llamó «un miedo saludable». Fue con la recreación insistente de esa sensación de miedo coral como penetró Hitler en la mente del pueblo alemán y le hizo ver que hay ocasiones en las que para librarse del pánico incluso es legítimo recurrir al terror, igual que para apagar un fuego incipiente resulta útil golpear la hoguera con un madero. Quienes hayan leído «Mi lucha», comprenderán que Hitler carecía de sutileza intelectual y tenía la visión simplista que demuestran los dictadores al confundir la literatura con la ferretería.