Sevilla
Incubadora cultural: arquitectura española al sur de Taiwán
El grupo de arquitectos españoles «Made in» construirá en la ciudad taiwanesa de Kaohsiung un centro para la cultura musical. Estará listo en 2014 y, por la friolera de cien millones de euros, ocupará las once hectáreas de la bahía
Las bases del concurso eran claras. Los participantes tenían que diseñar en la bahía de Kaohsiung (Taiwán) un gran centro «incubadora» para la producción musical, que, además, incluyera un museo dedicado al mar. Todo en un área de casi once hectáreas en forma de U que, según los organizadores, es uno de los doce grandes proyectos en infraestructuras i-Taiwán del sur de la isla, con un presupuesto de unos 86.000 millones de euros para los próximos cinco años.
Se presentaron decenas de estudios de diversas nacionalidades y al final fue el heterogéneo grupo español el que se llevó el gato al agua. El equipo «Made In» (www.madeinarchitects.com) empezó como un cogollito de jóvenes arquitectos (del estudio manu-facturas) y terminó por un efecto «bola de nieve» en una enorme galera en la que conviven Manuel Álvarez Monteserín, Beatriz Pachón, Javier Simó y Guiomar Contreras, entre otros, consultoras de prestigio como Arup, el estudio taiwanés Hoy, el canario Corona y P. Amaral o los madrileños Leon11. Como en la historia, David, estaba vez crecido, se enfrentará a base de trabajo y horas de vuelo a un Goliat de cien millones de euros, once hectáreas, y cuyo plazo de construcción es 2014.
El grupo estaba interesado, espectacularidad formal aparte, en plasmar su preocupación por la sostenibilidad, medioambiental pero también urbana, «Queríamos hacer ciudad, que no sucediera como en Sevilla tras la Expo, que se garantizara la función urbana todo el año», asegura Manuel Álvarez Monteserín, responsable del proyecto. Para ello concibieron las tres grandes áreas del museo de la música, el museo del mar y los ocho auditorios conectadas entre sí y cosidas a la ciudad, gracias a un recurso propio de los taiwaneses, el mercado nocturno. Este tejido urbano se articulará de norte a sur en tres zonas: la primera contará con un auditorio exterior (para 12.000 personas), otro interior (para 5.000), una torre-museo de la música (113 metros de altura) y otra, administrativa (83m). La segunda o central es la zona de comunicación y tránsito del mercado nocturno y el museo del mar, que recorrerá a través de una pasarela al aire libre, los diferentes espacios expositivos en forma de pez a seis metros de altura. Y por fin, llegando a la zona tres, destacan la galería cultural con ocho auditorios y un paseo con jardines de agua y carril bici.
Lluvia y mar
Mirado desde la sostenibilidad, todas las estructuras tienen un porqué, se podría decir que es su hilo conductor y que ni siquiera los lagos de los paseos son simplemente ornamentales. Las cubiertas vegetales se extienden desde el auditorio hasta la zona tres, pasando por encima del mercado en sombra. Una forma pasiva de climatizar los edificios en esta ciudad de ambiente tropical y de ofrecer áreas ajardinadas transitables a los ciudadanos (toda la cubierta del mercado): «sería un gran parque agrícola, en él cada hexágono podría tener usos y cultivos diferentes según la estación», explica Guiomar Contreras, especialista en las soluciones medioambientales. Aparte del doble uso de las cubiertas, se potencian las soluciones pasivas. Las chimeneas del mercado ayudan a regenerar el aire y para los auditorios se ha recurrido al acondicionamiento por techo frío con agua marina, un sistema similar a la geotermia pero con tuberías instaladas en profundidad en la costa. La reducción del consumo alcanzará la décima parte respecto al aire acondicionado.
Para generar energía de consumo se han planificado paneles fotovoltaicos esféricos en las fachadas de las galerías expositivas del mar (una instalación de 596 kW) y en sus cubiertas (las únicas no ajardinadas) aerogenerados o pelos «a los que se ha pensado poner un LED para que por la noche se iluminen más o menos en función de la energía producida durante el día», detalla Beatriz Pachón, corresponsable del estudio. Y si «cualquier complejo urbanístico consume materiales, energía, agua y produce CO2 y residuos sólidos y líquidos. La meta era cumplir con los requisitos del LEED (la certificación más exigente) oro o platino», en palabras de Contreras, había que preocuparse por el alimento del área vegetal. Gracias a la colaboración de empresas locales (la isla es una de las grandes potencias productoras de flores del mundo), diseñaron diferentes soluciones de riego por goteo y sistemas hidropónicos, en los que se minimiza la pérdida por evaporación.
El agua de lluvia, las residuales de los lavabos y la del cercano río Amor se someterán a un proceso de limpieza en tanques anaeróbicos subterráneos y lagos aeróbicos (los mismos lagos que el visitante podrá recorrer) para volver a iniciar el ciclo de riego y usos secundarios a un ritmo de 824 toneladas de agua al día (para riego se calcula un consumo de 233 toneladas). Sin olvidar los restos orgánicos que terminarán en una planta para la producción de abonos o generación eléctrica por metano.
Todavía quedan cosas por definir y sólo el tiempo dirá si el presupuesto o las voluntades políticas no modifican ninguna de las soluciones propuestas, aunque sí parece que los materiales serán «aborígenes»; primero saldrá más barato tirar de la industria local, y segundo, se ahorrarán emisiones del transporte. Y como apunta Monteserín, «será un reto investigar qué materiales se ensucian con la abundante contaminación».
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