Astronomía

Perder el tiempo por Alfonso Ussía

No se puede perder el tiempo hablando de Educación con quienes no la tienen

La Razón
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El tiempo, eso tan efímero y valioso que se nos reduce en cada amanecer, puede perderse con toda dignidad. Intentar amaestrar a un pez es una pérdida de tiempo no exenta de grandeza. Si mal no recuerdo, en el fabuloso texto del «Cui-Pin-Sing» de Agustín de Foxá se habla de un domador de peces, de ciprinos dorados de la China, porque efectivamente, para domar a un pez hay que ser bastante chino o chino del todo. Uno de los grandes personajes de Wodehouse es Gussie Fink-Nottle, que perdió la mitad de la vida dedicado a la cría y contemplación de las salamandras. El padre de José Luis de Vilallonga, el barón de Segur, invertía más tres horas cada día en vestirse, y el resultado era de una cursilería estallante. Para colmo, usaba monóculo. Quien escribe, perdió una buena parte del tiempo de su juventud bailando el twist con una mujer maravillosa, que al finalizar el twist se daba el magreo con otro. Pero el objetivo era tan esplendoroso, que el derroche en la inversión temporal estaba más que justificado. Lo que no se puede hacer es perder el tiempo en tonterías. Un naturalista ruso, Igor Grom, se empeñó en investigar la capacidad intelectual de los berberechos. Cumplidos los ochenta años, se suicidó avergonzado de su inconmensurable majadería. La suya, no la de los berberechos, que es cosa probada desde el primer contacto visual. Bernard Shaw, el genial irlandés, no se andaba con chiquitas. –Maestro, ¿ me permite que le presente a mi hijo que también es escritor?–. –No–.

Un ministro puede perder el tiempo, como un aviador o un agente de seguros. Pero tiene la obligación de evitar la publicidad de la mala administración de sus horas. La pérdida de tiempo de un gobernante produce harto desasosiego en la ciudadanía gobernada. Cuando el «Lehendakari» Garaicoechea recibió en «Ajuria Enea» al Omán de Akimbabakwa, Osaguiefo Kuntinaku II, principió su inevitable declive. Se dieron casos de ingreso en los hospitales vascos como consecuencia de los ataques de risa de los contribuyentes. Más aún cuando se supo que los tres ministros que lo acompañaban no pudieron comparecer a la internacional audiencia por hallarse en los calabozos de la Gendarmería francesa, acusados de hacer trampas en la ruleta del Casino de Biarritz durante la noche anterior.

El ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha perdido tonta y públicamente el tiempo recibiendo a los llamados dirigentes del Sindicato de Estudiantes Tohil Delgado y Beatriz Sánchez, que acudieron a visitarlo con un único objetivo. Tratarlo con grosería y dejarlo plantado y con la palabra en la boca. Con esta pareja de profesionales de la agitación no hay diálogo posible, y si no hay posibilidad de intercambiar diferentes puntos de vista con ellos, lo mejor es no recibirlos y negarles su minuto de gloria. «Ataques salvajes del Gobierno contra la Educación pública», dicen. Pero en los pocos minutos que estuvieron ante el ministro no aportaron ni una idea ni plantearon proyecto alguno, aunque sí tuvieron tiempo para amenazar con huelgas y manifestaciones no lejanas a la violencia. Una actitud chulesca perfectamente meditada desde el estudiado desaliño indumentario, nada machadiano por cierto.

Tarradellas recibió en cierta ocasión a unos dirigentes estudiantiles de extrema izquierda que acudieron vestidos con vaqueros, sin afeitar y con aspecto de producir recelos de cercanía. Tarradellas, que era de izquierdas, no tenía complejos. «Les atenderé con mucho gusto si se duchan y se visten para ser recibidos con el mismo respeto que me he vestido yo para recibirlos a ustedes». Y puerta.

No se puede perder el tiempo hablando de Educación con quienes no la tienen.