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Derecha sin visionarios por Sabino Méndez
Vivimos en un país dado a adorar a los visionarios. El visionario suele ser un hombre que tiene un sueño. Algunas veces, sucede que pierde por el camino el artículo indeterminado y se queda tan sólo en un hombre que tiene sueño. Su imaginación es muy beneficiosa en el plano artístico, pero puede ser muy perjudicial en el resto de los órdenes prácticos de la vida. El visionario resulta especialmente peligroso cuando accede a la esfera administrativa española.
La debilidad que nuestro país siente de antiguo por los visionarios hace que se los ascienda rápidamente de esa categoría a intocable e incluso a impune. El hombre que persigue su sueño (parecemos creer) tiene licencia para todo y, en aras de él, todo le está justificado y casi permitido. A mí entender lo que sucede es que, cuando se insta a este tipo de soñadores a usar el gran órgano que los humanos tenemos entre las orejas, ellos suponen que hablamos de la nariz y no del cerebro.
Hubo un tiempo en que los visionarios abundaron entre la derecha (digamos que la primera mitad del siglo veinte) y en los últimos tiempos han basculado hacia la izquierda. Si no queremos que la izquierda se convierta en una pandilla de quejicas desnutridos, debemos recordarle que lo que necesitamos los españoles como justo equilibrio de una derecha pragmática es una izquierda ilustrada y realista, sin profetas del apocalipsis. Esa izquierda ha propuesto los mejores sueños, pero cuando ha gobernado no se ha atrevido a llevarlos a cabo (o no ha sabido cómo).
Luego llega la derecha y es Aznar quien termina con el servicio militar y profesionaliza el Ejército. Repasemos los últimos ocho años y comprobemos los datos. ¿Será la derecha sin visionarios quien realmente hace las cosas?
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