Historia

Ávila

Post cristianismo por José María Marco

La Razón
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El diálogo entre cristianismo y laicidad desborda, como se demostró ayer en Ávila, el ámbito de lo puramente político. Se trata de una cuestión cultural que atañe a la forma en la que nos vemos a nosotros mismos y concebimos el mundo en el que vivimos. Este debate se enfrenta, ya sea desde la laicidad o desde el cristianismo, a la emergencia de un mundo en el que el cristianismo ha desaparecido como sustrato sobre el que se apoyan las creencias y los principios de nuestras sociedades.

No es la primera vez que ocurre esto. La crisis de finales del siglo XIX llevó a varias generaciones de intelectuales, artistas y políticos europeos a un mundo en el que había desaparecido cualquier principio que no fuera el de la voluntad, o la lucha, como se decía entonces. El resultado fue el nihilismo en el que cuajaron los totalitarismos nacionalistas y socialistas. Ahora ya no vivimos esta deriva de una forma dramática, como nuestros mayores. Contemplamos la nueva situación con alivio, como si nos hubieran quitado de encima un peso. Cuando Azaña dijo en las Cortes que España había dejado de ser católica, la frase fue entendida, con razón, como una amenaza para el catolicismo y los católicos. Cuando Obama afirma que Estados Unidos no es una nación cristiana, o que lo es al mismo título que otras religiones (o que ninguna, como llegó a decir), se entiende como la constatación de un hecho.
Está claro que ni las circunstancias ni el alcance de una y otra realidad son los mismos. Por eso conviene profundizar en lo que es propio de nuestra situación y que no tiene que ver, en los países occidentales, con la persecución abierta contra el cristianismo. Lo que está ocurriendo es que vamos entrando en un mundo que ha dejado atrás el cristianismo. Los valores morales vigentes –porque lo propio del ser humano es regir su conducta según criterios morales– ya no están ya basados en el cristianismo. A partir de ahí todo queda abierto. ¿Cuál es la definición de persona? ¿Dónde empieza y dónde acaba la vida humana? ¿Es absoluto nuestro control sobre ella?

Hay muchas formas de dar una respuesta cristiana a esta evolución. Por tradición cultural y por historia, la presencia pública del catolicismo en nuestro país sigue siendo imponente. Por eso, tal vez, nos resulta fácil insistir en este campo, de cuya relevancia no cabe la menor duda. Un mundo postcristiano, sin embargo, admitirá esa presencia al mismo título que cualquier manifestación de cualquier otra religión, culto o superstición. Quizás habría que insistir también en el significado espiritual de esa presencia, en su inserción en la vida de cada uno, en la fe individual y comunitaria que vivifica gestos, tradiciones y costumbres.