Historia

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El error como verdad

La Razón
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Personalmente me importa un rábano la Segunda República. La he estudiado, leído y oído, pero falleció hace setenta y cinco años y no soy partidario de esquelas de aniversarios. Además, que es una fallecida que no cuenta con mis simpatías porque supuso un desastre que desembocó en un caos trágico y sangriento. La Segunda República rompió con sus buenas intenciones del principio y terminó en manos de un Frente Popular vindicativo y soviético. Por su culpa nació el fascismo, la revolución de la burguesía y las clases medias frente a la revolución comunista y socialista. Hubo una guerra, y perdieron los que no supieron unirse. No obstante, admito y respeto todas las opiniones al respecto.
La TVE de Oliart está obsesionada con la Segunda República. Unos eran los buenos y otros los malos. Los buenos perdieron y los malos ganaron. Ese nivel de gilipollez histórica es el que aún predomina. Y se siguen editando novelas a manta con la Guerra Civil como escenario. Buenas y malas, medidas o desmedidas, que cada cual cuenta la historia como le fue.

Entre las buenas, la de Raúl del Pozo, que es un formidable escritor que emergió de la izquierda y hoy se mueve por el equilibrio y la serenidad que concede la capacidad de sobrevolar sobre las extintas pasiones. «El Reclamo» se titula su novela. Desde que juega al golf, a Raúl se le ha blanqueado el pelo hasta la máxima elegancia. Parece un Luca de Tena. Pero ha dicho algo que no concuerda con su talento. Esa falsedad permanente. «Unos luchaban a favor de la República y la Democracia, y otros a favor de la Dictadura». No es así y no fue así. Cuando estalló la Guerra Civil la República no era ni democrática ni libre. Ya se había convertido en un sistema asesino. Por supuesto que muchos republicanos combatieron por sus ideales, pero la quimera ya se había desmoronado sobre sangre, incendios de iglesias y llantos de paseos de la Brigada del Amanecer. Y en el lado de los nacionales, no se luchaba por una dictadura, entre otros motivos, porque la dictadura llegó como consecuencia del fin de la guerra. Estaban los monárquicos, los falangistas, los carlistas y los que no pertenecían a ninguno de los tres apartados. Se combatió por recuperar la unidad de una España troceada y echada al vertedero por unos dirigentes políticos fanáticos e insensatos. Hubo gloria y honor en las dos partes. Hubo terror e injusticias en una y otra retaguardia. Y ganaron la Guerra los sublevados porque no se mataron entre sí, como ocurrió en el bando republicano. Pero la gran mayoría de combatientes del bando nacional, no luchaban por una dictadura. Y decir que se combatía por la libertad y la democracia con la URSS en la cima del mando, se me antoja una frivolidad. Los nazis ayudaron a Franco. Tampoco se sabía en aquel tiempo el nivel de horror que el nazismo alcanzaría durante la Segunda Guerra Mundial.
Guardo el casco de guerra de mi padre, que al finalizar la barbaridad compartida, era capitán del Arma de Ingenieros. El casco le salvó la vida en dos ocasiones. Mi padre luchó por la España que él creía mejor. Por la España que mantuvo sus símbolos y su bandera. El gran error simbólico de la Segunda República – en el que no cayó la Primera República Española–, fue cambiar los colores de la bandera de 1785, creada por Carlos III y no por Franco, como cree el analfabetismo sectario. La democracia la había pisoteado la República cuando empezó la Guerra y la dictadura franquista se estableció con posterioridad a su término. Se luchó por otras cosas, ideales incluidos. Salvando esta apreciación, mucha suerte, Raúl.