Ciclismo

París

«Esto es sólo el aperitivo»

Valentía sin premio para Contador y Samuel, que se lanzaron en el peligroso descenso del Pramartino 

Contador y Samuel, los aliados, detrás de Cunego y Evans
Contador y Samuel, los aliados, detrás de Cunego y Evanslarazon

En el Tour, en Francia, la exhaustividad más rígida marca la ley. Sin concesiones. Severidad y disciplina como vía para construir la mejor carrera ciclista del mundo, un riesgo de vida diario que es el segundo espectáculo deportivo más seguido, sólo superado por los Juegos Olímpicos. Pero al Tour, en la 17ª etapa, le tocaba cruzar fronteras en Montgenevre, el pico que marca la división entre Francia e Italia. Entre el orden y la anarquía. Y ahí comenzaron a sucederse las curvas, la divinidad de las carreteras estrechas y los finales, como el de Pinerolo, nerviosos. Una mecha, lo poco que necesita Contador para avivar su llama, siempre encendida, y provocar el desorden transformado en revuelta conquistadora de un Tour que él solo está convirtiendo en maravilloso a base de ataques como el de ayer. Arcén minúsculo, descenso estremecedor, una trampa para los demás. Un tobogán para él y su amigo Samuel Sánchez. Al ataque.

Hacerlo en medio del caos devastador que es Italia es toda una proeza. En Villar Perosa, por ejemplo, un vecino abrió las vallas que el Tour había colocado en el descenso, camino de Pinerolo. Menos mal. Así es Italia, vorágine de desconcierto que, por alguna razón, funciona. Esa valla abierta salvó a Hivert, primero, superviviente de la fuga numerosa, y después, a Voeckler. Los dos entraron en el patio de la casa del vecino rebelde. De no haber sido por él, el maillot amarillo estaría marcado por el acero. Fue resultado de un acelerón, nervios candentes y un ansia que empuja, la del francés por mantener a toda costa el patronato de la «Grande Boucle». Mientras, el arte y la belleza, unas piernas enjutas y morenas rasgadas de tanto sol y carcomidas por tanto dolor, que son las de Alberto Contador, se lanzan al vacío.

Tiene hambre Contador, por eso aprieta los dientes y escupe fuego por la boca en el descenso de Pramartino. Es consecuencia de la rabia, de la adversidad, que se le acumula. Ya no tiene espacio para tanto disgusto. A los pies del puerto italiano, donde él sabía y donde «estaban todos avisados» –culpa suya, pues su ataque camino de Gap los hizo temblar y, a la vez, encender la alarma para un movimiento cantado como era el del valiente chico de Pinto–, una curva cerró a varios corredores. Algunos se fueron al suelo y Contador, que no se cayó, tuvo que echar pie a tierra. Parón obligado mientras los Schleck, Evans, Voeckler y Basso seguían pedaleando. El frenazo trajo consigo el calentón y «un montón de corredores que se van abriendo a los que iba esquivando». Remontada. La condensación de lo que este Tour es para Contador en una tachuela de segunda.

De ella se deriva el coraje y el orgullo sacado camino de Gap, el martes, y que volvió a aparecer en Pramartino. Francia o Italia, orden o caos, qué más da. Él sigue atacando. Sigue siendo el hombre que da espectáculo al Tour. Agarró a Samuel Sánchez y entre los baches que hicieron saltar la cadena al asturiano en dos ocasiones se lanzaron, suicidas. Mientras, Boasson Hagen captaba los primeros planos en su segundo triunfo de etapa en el Tour, el cuarto para Noruega con sólo dos ciclistas vikingos en esta ronda gala. Hagen soportó la valentía de Rubén Pérez en Sestriere, donde se marchó solo, y la ofensiva de Chavanel para acabar plantándose en Pinerolo en solitario.

Así quiso llegar Contador, pero no pudo. «Había mucho terreno llano desde que acaba el descenso, pensaba que la meta estaba más cerca», se lamentaba Samuel. Ese plano sirvió a los Schleck y a Evans para atrapar a los amigos españoles aliados en el ataque. No a Voeckler ni a Basso, medio minuto perdido. Pero «esto es sólo un aperitivo», avisa Contador. Hoy, en el Galibier, correrá con más hambre aún. Banquete.

 

El Galibier y antes el Agnello, que marcó el final de Óscar Pereiro
Con la llegada de hoy al Galibier y mañana a Alpe d'Huez, el Tour alcanza su momento culminante. La ronda gala ha reservado el plato fuerte de esta edición para los Alpes en conmemoración del coloso que hoy será por primera vez en su historia final de una etapa. Se cumplen 100 años del primer paso del Tour por el Galibier y la 18ª etapa tendrá su techo en los 2.645 metros de altitud que lo coronan. Y todo, a pesar de la nieve, que en los últimos días había amenazado con suspender o modificar la etapa. El temporal ha remitido y ASO, la empresa organizadora de la carrera, ha confirmado que se completarán los 200 kilómetros previstos, con los pasos por el Col del Agnello, 23 kilómetros al 6,5% –aquel descenso de 2008 que se llevó la carrera de Óscar Pereiro por delante– y el mítico Izoard, de 14 kilómetros. Una etapa «hors categorie» para comenzar a dilucidar el ganador del Tour de Francia. Ya no hay descanso hasta la llegada a París.