Damasco
Demasiado tarde para Bachar Asad
Puede que Bachar Asad todavía está preguntándose por qué su Policía, que durante años controló el país a la perfección, tuvo que detener a una docena de niños que, entre bromas y veras, escribían pintadas por la libertad en la pared de su escuela en Deraa, el pasado 6 de marzo.
Aquello fue el insospechado catalizador de unas protestas a las que nadie había concedido, hasta ahora, categoría de problema para el régimen de Damasco. Lo cierto es que, ayer, el presidente sirio empezó a tomar medidas –o por lo menos lo intentó– para que la escalada que vive Siria no acabe por echar abajo su régimen.
Por un lado, desplegó al Ejército en Latakia. La primera vez que tomaba tal medida en sus once años de gobierno se justificaba, según fuentes oficiales, porque es imprescindible mantener la seguridad y el orden en esta ciudad donde el Gobierno achaca la muerte de diez personas, entre ellas varios policías, a «elementos armados» a los que, sin embargo, no ha llegado a identificar.
Y eso a pesar de que, desde instancias oficiales, se asegura que en la refriega fueron abatidos dos miembros de ese «desconocido» grupo armado, que dejó también a otras 200 personas heridas.
Por otro, ayer fueron liberadas quince personas y se anunció la salida de otros 200 presos políticos, además de la derogación de las leyes de emergencia que han estado vigentes en Siria durante más de tres décadas. Política de palo y zanahoria que, a estas alturas, habrá que ver si es suficiente para aplacar las iras de los manifestantes que, ayer mismo, durante el entierro de los últimos muertos durante las manifestaciones celebradas en Latakia, volvieron a exigir «la caída del régimen». Y eso es algo que no se había visto nunca en Siria. Quizá por eso ayer se anunció que el presidente tenía previsto dirigirse a todo el país a través de la televisión, algo que a la hora de cerrar esta edición todavía no había ocurrido.
Los sirios, como otros muchos árabes, han perdido el miedo a su, otrora, intocable presidente –que, paradójicamente, fue visto como el deseado reformador del país cuando sucedió a su fallecido padre, Hafez Asad, en julio de 2000– y han tomado las calles para exigir cambios democráticos y el fin de un sistema corrompido en el que la Policía tiene poderes ilimitados para reprimir a todos aquellos que muestren un mínimo grado de disidencia con el Gobierno. La cuestión para muchos analistas es si Bachar Asad, el oftalmólogo que nunca quiso ser político, habrá decidido actuar demasiado tarde.
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