Sevilla
No disparen al pianista
Igual que en los bares del Far West, sobre el banquillo local del Sánchez Pizjuán un alma caritativa debería colocar un cartel implorante: «No disparen al pianista, lo hace lo mejor que puede». En el Sevilla de los cinco títulos, Juande Ramos interpretó un rol decisivo, al convertir en goles la eterna melancolía de Luis Fabiano, al convencer a Kanouté de que rozando la treintena iba a convertirse en el «crack» que jamás había sido y al construir un equipo campeón con un puñado de buenos jugadores (Palop, Daniel Alves, Navas o Poulsen) y otros cuantos futbolistas normales (Adriano, Javi Navarro, Escudé, Renato, Martí, David…) a los que tenía permanentemente saltando sobre la palma de la mano. En los despachos, no obstante, hacía fortuna una frase de Del Nido difundida a los cuatro vientos por Monchi: «A esta plantilla la entrena mi suegra». Pues ni Jiménez, ni Álvarez, ni Manzano, ni Marcelino, tampoco Luis Aragonés ni Bielsa, que salieron huyendo ante la sumisión a la dirigencia que se les quería imponer, saben tanto de fútbol como la madre política del presidente. Ni Míchel o quienquiera que venga, porque los problemas del Sevilla trascienden al césped. Con un presidente aferrado al cargo a pesar de (o tal vez para amortiguar su efecto) una condena a siete años largos de cárcel y un director deportivo cuyos continuos errores han sido correspondidos con el premio de una renovación hasta 2017, al club se le ha podrido la cabeza. Ellos fueron, o así lo creen, los artífices del éxito; y están siendo los artífices de la caída. En el banquillo se han sentado varios pianistas, dianas ideales para entretener al personal.
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