Buenos Aires
El periodista muere solo por Martín PRIETO
La Gran Guerra, la II Guerra Mundial, Corea y las guerras de Indochina convirtieron al siglo pasado en un obituario de corresponsales, pero el siglo XX se cerró con la matanza de informadores en manos de la dictadura argentina, abriendo la puerta a una nueva situación: el asesinato de los periodistas locales. Rodolfo Walsh era uno de los más brillantes periodistas de Argentina cuando «le chuparon» (secuestraron), torturaron y mataron a su hija montonera.
Vivía en su casa de siempre y estaba legalmente armado; vio en la noche a través de la ventana un despliegue de hombres armados y antes que le aplicaran «la picana» (corriente alterna) bajó al portal con una pistola en cada mano, organizando un tiroteo en el que murió.
Fue un suicidio. En un gremio relativamente pequeño en el que todos nos conocemos, los asesinatos de decenas de compañeros fueron devastadores. Oriana Fallacci, equivocada, tildó de cobarde a la prensa argentina por no denunciar las atrocidades de su país. Jacobo Timmerman, director de «La opinión», fue torturado por «el carnicero de Buenos Aires» –el general Ramón Camps– y las organizaciones sionistas lograron su exilio en Israel. Otro director de un periódico de La Plata se rodeó de fieles guardaespaldas, puso una cama en el despacho y no pisó la calle en tres años. No es de extrañar que el mejor relato de la caída de Saigón fuera escrito por Oriana desde Florencia.
Los americanos, tras la guerra televisada de Vietnam, aprendieron la lección y en la segunda guerra de Irak «empotraron» a los periodistas en los diferentes regimientos, reduciendo las víctimas civiles y controlando la información. La sed de sangre de periodistas se ha localizado, por importancia, en México, Sri Lanka, Filipinas, Irak, Colombia, Bangladesh y Rusia. Ahora ya no es el proyectil de obús que te da en la cabeza. Tres cuartas partes de los 800 periodistas caídos desde 1992 habían sido previamente elegidos como objetivos antes de que fueran asesinados. Más del 90% eran periodistas locales y el 95% de los crímenes no fueron resueltos. Entre 2000 y 2003, fueron abatidos 14 periodistas en Filipinas, y pese a las quejas que presentó el Centro Filipino de Periodismo de Investigación, en donde mataron a ocho más por no guardar silencio, el Comité para la Protección de Periodistas publicó un informe de las víctimas, que en su mayoría trabajaban mal remunerados y en áreas remotas controlados por funcionarios corruptos. el soborno a los periodistas era la norma, pero muchos de los que fueron asesinados eran famosos por permanecer limpios. Muchos conocían su fin pero publicaron sus denuncias hasta su final sangriento.
México es un infierno con once informadores ultimados en este año- Fueron veintisiete en la última década en Ciudad Juárez. Es el país más peligroso para ejercer la profesión de periodista y «los narcos» están infiltrados en todas las redacciones. Tal están las cosas que por primera vez EE UU ha concedido asilo político al periodista Jorge Luis Aguirre, editor amenazado de La polaka.com. Otros tres colegas están en la lista de espera del Departamento de EEUU. Ésta carrera hacia la muerte en manos de los sicarios no lo explica ni la vocación ni la más deontología. Como escribió el ex presidente checo Vaclav Havel: «No me interesa saber por qué el ser humano es capaz de hacer el mal, lo que quiero saber es por qué hace el bien». Ése es el misterio que no cesa, porque no sólo el Tercer Mundo tiene la exclusividad del sicariato. En Vancouver (Canadá), Tiri Singh Hayer fue tiroteado en 1998 quedando en sillas de ruedas. Ese año fue acribillado en la puerta de su garaje. Escribía sobre la Secta Sij. En Oakland (California) en 2007 fue asesinado Chauncey Bailey por divulgación de las actividades de una empresa.
Terry Gould estudió periodismo en Canadá, instalándose a vivir en Vancouver, y se especializó en periodismo de investigación. Avalan sus trabajos cincuenta premios internacionales y publica en España «Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar», editado por Los libros del Lince. El gran comunicador televisivo Walter Conkrite, que cubría para la radio los bombardeos nazis sobre Londres, fue invitado tanto la Royal Air Force –la RAF– como la US Air Force para que los acompañara a atacar Berlín, a los que el periodista se negó reconociendo en sus memorias que era preso de un miedo insuperable. Hoy lo más peligroso es informar del barrio de al lado.
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