Castilla y León

A Clemente Serna por Víctor M Paílos

La Razón
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Decir que todos somos iguales en dignidad es fácil. Lo difícil es no mirar con lástima al que cae o con desdén al que despunta. Lo verdaderamente difícil es romper el hielo de la indiferencia en el que vivimos atrapados, consumiendo información como quien ve amanecer sobre un suelo helado. Los telediarios se abren cada día con las cifras de la temperatura económica y se cierran con las noticias meteorológicas.

Clemente Serna, durante tantos años abad de Silos, es alguien a quien recordaré siempre por su mirada. En ella he visto mi dignidad. Es fácil, insisto, reconocer la dignidad universal. Lo difícil es reconocérsela a cada uno mientras cae o se levanta. Es más fácil querer a todo el mundo que respetar a uno solo, diferente de todos los demás. Basta creer que se quiere para querer, siquiera un poco. Respetar, en cambio, es otra cosa. No es una manera de querer sino una manera de ser. Clemente, el abad y el hombre, ha sabido ejercerla. Menguando, ha hecho posible que muchos creciéramos.

A los personajes se les suele recordar por sus obras de utilidad pública. A Clemente se le debería recordar por algo diferente, que ni es de utilidad pública ni perdura en la memoria de los hombres. Él ha hecho diferentes muchos instantes, muchos encuentros. No por sus palabras sino por algo anterior a las palabras, algo que ha inspirado no solo las suyas sino también las nuestras. Sobre todo las nuestras. Algunos, tal vez, nunca habríamos tomado la palabra si hombres como él no nos hubieran dicho sin palabras esas dos que todos necesitamos oír para descubrir nuestra dignidad: "gracias"y "adelante". Pocos son los que saben hablar sin palabras mejor que con ellas. Y menos aun quienes saben expresar lo que sienten cuando les oyen: ¡qué diferencia!