Ley electoral

Más difícil todavía

La Razón
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Nadie se opone al reconocimiento de la pluralidad lingüística. Al contrario. A la mayoría nos enorgullece el enriquecimiento que representa la convivencia de diferentes lenguas en un mismo país. Lo que no se comprende es que esa coexistencia se traduzca en un obstáculo en el Pleno del Senado, donde lo principal es el entendimiento. Y más allá de esto, de lo que muchos reniegan, y por razones obvias, es del nuevo gasto extra anual con un único fin: que los políticos puedan llegar a entenderse hablando idiomas distintos. Esto, en medio de una crisis cuyo final cuesta cada día más avistar, supone un gasto, digan lo que digan, completamente absurdo. Aunque ni con pinganillo parece que nuestros políticos puedan llegar a entenderse, los que comprenden menos aún son los ciudadanos que siguen sin trabajo, cerrando sus empresas, sin una educación que deje de estar en la cola de Europa… A ellos les importa poco que tengan que comunicarse en el Senado con traducción simultánea, como si estuvieran en un país extranjero; lo que demandan, y con razón, es sentido común, eficacia y progreso. Pero lo que ven es que, lejos de solventar sus problemas, los políticos suman otros nuevos. ¿Que es difícil llegar a acuerdos hablando todos el mismo idioma? Pues a poner nuevas trabas y barreras al lenguaje político, ya por sí mismo obstaculizador, arduo y, muchas veces, escurridizo.