Asia

Energía nuclear

Japón en vilo ante una emergencia nuclear que no hace sino empeorar

El pueblo japonés, el más ordenado y disciplinado del mundo, parece incapaz de sobreponerse a una catástrofe que empieza a parecer un retorcido guión cinematográfico. Desde el viernes, el país ha sufrido un terremoto de magnitud 9,0 en la escala Richter, un devastador tsunami, explosiones en tres reactores nucleares (el último ayer), escalofriantes réplicas del seísmo, una fuga radiactiva y un desabastecimiento de víveres, agua potable, combustible y electricidad

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Un rosario de desgracias interconectadas que ha dejado ya miles de muertos, cuyos cuerpos la marea empezaba ayer a devolver a la costa. «Es demasiado. Ya basta», se derrumbaba ayer Michiko Ikezawa, una voluntaria que repartía víveres entre los desplazados. En las costas del este, los equipos de rescate y los militares desplegados siguen encontrando muertos entre los escombros y flotando entre los charcos.

Pero el horror que ha dejado a su paso el tsunami ha quedado en un segundo plano frente a la otra amenaza, que tiene un peligro potencial si cabe mayor. Los ingenieros y técnicos desplegados no consiguen normalizar la situación en la central nuclear de Fukushima, donde ya han reventado las cúpulas de dos reactores, mientras que se dañó el muro de contención de un tercero.

La tercera explosión, que afectó al reactor número 2, fue la más grave. En esta ocasión, por primera vez las autoridades reconocieron que podrían existir daños en la vasija de contención del reactor, compuesta de acero y hormigón y de forma de bombilla. En las otras dos explosiones en Fukushima la vasija quedó intacta.

Según la Agencia de Seguridad Nuclear, la deflagración ha provocado una fuga de una cantidad indeterminada de material radiactivo. La agencia Kyodo informó de que los niveles de radiación «superaron el límite legal» tras la explosión.

El portavoz del Gobierno, Yukio Edano, confirmó que se han producido «posibles daños en la vasija», que se halla en la parte inferior de la caja de contención que sirve para refrigerar el reactor y controlar la presión en el interior.

Mientras tanto, un motivo para el optimismo: las otras dos centrales que presentaron fallos, Onagawa y Tokai, parecen haberse estabilizado. En la ciudad de Kashima, a escasos kilómetros de Tokai, se recibió con alivio la noticia. Los técnicos están intentado enfriar los reactores con agua marina, una medida que según los expertos debería ser la última de las soluciones, porque inutiliza para siempre el reactor.

Según los últimos informes, se estaría consiguiendo elevar el nivel de refrigerante en la piscina que contiene las barras de combustible nuclear. Es decir: la medida parece estar funcionando, aunque ayer empezaron a surgir problemas logísticos para seguir bombeando agua marina hasta la central. Las malas noticias se suceden cada hora y la población japonesa empieza a tener la sensación de que el Gobierno y los responsables de enfrentar la emergencia están improvisando soluciones a medida que aparecen nuevas fases de la crisis. También en la oposición y en la Prensa siguen aumentando las voces críticas, que acusan al Ejecutivo de no tomar medidas de seguridad drásticas desde el primer momento. Igualmente se les reprocha que no hayan ofrecido una información transparente y actualizada a la población.

Son más bien notas al pie de página: todos tiene claro, en todo caso, que la situación es lo suficientemente grave como para dejar a un lado temporalmente debates superfluos y centrarse en sacar adelante la «peor crisis que ha vivido Japón desde la II Guerra Mundial», en palabras del primer ministro, Naoto Kan.

Mientras tanto, Japón pidió ayer al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) el envío de un equipo de expertos para que aporten ideas que sirvan para contener el sobrecalentamiento de los reactores afectados. La OIEA, dependiente de la ONU, rebajó la amenaza y sostuvo que el accidente no Chernóbil.

Pero quizá la opinión más repetida es la que apunta que las posibilidades de que se desate una tragedia es reducida, aunque no inexistente. También es mayoritaria la idea de que la emergencia entra entre hoy y mañana en un punto de inflexión: o los reactores se fusionan, o tenderán a ir enfriándose, lo que acabaría con el peligro inminente. Millones de personas cruzan los dedos para que el desenlace traiga la segunda opción.