Barcelona
Los museos también son humo
¿Convertirá la ley antitabaco a los ceniceros en piezas de coleccionistas?
¿Adónde van a parar los ceniceros cuando sus dueños ya no fuman? Me consta que es difícil deshacerse de uno tras largos años de servicio. Incluso en los hogares donde jamás se ha fumado, siempre hay uno por si alguna visita insiste en apestar la casa con el humo de un cigarrillo... Esto me ocurrió recientemente. Pedí permiso para fumar en casa de un matrimonio poco amigo del tabaco y sacaron un cenicero de estética kitsch. El cenicero en cuestión tenía dos cavidades en forma de pulmón para depositar el cigarrillo. Al empezar a fumar, deposité la ceniza en el pulmón derecho, y el cenicero empezó a toser con una voz pregrabada. Me asusté. Probé con el otro pulmón, pero fue peor. Gritaba como si alguien se quemara... Bien. Hay familias que emplean los ceniceros como platillos para depositar joyería diminuta, e incluso hay quien, amante de la estética, no espera volver a fumar cuando decide usar su cenicero como pieza decorativa. Y es que los mejores diseñadores y artistas de la historia han creado ceniceros hermosos. Una ley restringiendo todavía más el uso del tabaco no les va a aguar una fiesta principalmente estética. En 1967, Dalí presentaba la edición del «Cenicero elefante» para Air India, metiendo una cría de paquidermo en las frías aguas de Portlligat. La compañía aérea editó 5.000 ejemplares numerados, fabricados en porcelana de Limoges de una magnífica pieza inspirada en el óleo de 1937 «Cisnes reflejando elefantes»: consiste en tres cisnes invertidos que sostienen una vieira cuyo borde es una serpiente dorada.
Una lata de café
Lejos de este cenicero suntuario quedaba ya el predecesor «povera» de Calder. El propagador de las móviles escultóricos en precario equilibrio realizó, en la década de 1950, una escultura-cenicero que tomaba como base una lata del célebre café italiano «Medaglia d'Oro». Si la silla ha sido siempre la prueba de fuego de los arquitectos, la de los diseñadores ha sido el cenicero. Algo tan sencillo como un columbario temporal para los restos de nuestros cigarrillos ha despertado la curiosidad de monstruos del diseño como Achile Castiglioni y Philippe Starck. A ambos les desafió la casa Alessi. Castiglioni diseñó el «Spirale Ashtray» en 1971. Starck, por su parte, desarrolló en 1997 uno puntiagudo en la línea de sus objetos más biomórficos que funcionales. Es curioso que el padre del arte contemporáneo, Marcel Duchamp, ávido fumador, jamás realizara uno de sus célebres «ready-made» con un cenicero. En cambio, su más mejor alumno –y padre del pop art británico–, Richard Hamilton, autor del «Album blanco» de los Beatles, se apropió del no menos famoso cenicero publicitario de la marca de anisettes Ricard para estampar sobre su tricornio una pequeña variación que deriva en su nombre: «Richard».
A medida que la ley antihumo se va extendiendo por la piel de toro, cualquier artilugio relacionado con el tabaco se convierte en pieza de cementerio y, por ende, de museo. El más célebre español con todo tipo de «memorabilia» tabaquera es el Marés, en Barcelona. Allí encontraremos miles de vitolas, máquinas de fabricar cigarrillos, pipas, increíbles diseños de librillos de papel y, por supuesto, ceniceros. La colección Marés exalta sus magníficas tallas románicas y góticas, pero existen museos que superan dichos contenidos. ¿Cómo afectará la ley antihumo –porque, en realidad, no es contra el tabaco– a la creatividad de nuestros artistas? ¿Dejarán de diseñarse ingeniosos artilugios? ¿Llegará el día en que nuestros hijos nos pregunten por su utilidad? ¿Habrá que esconder los artilugios de fumar en el cajón de la pornografía? ¿O todo volverá a cierta normalidad?
André Ricard, sin cenizas
Por muy barato que sea o por inútil que se haya vuelto este artilugio, ¿alguien se atrevería a tirar a la basura el cenicero «Copenhagen» (a la izda.) que diseñó el minimalista André Ricard en 1966? Es funcional: una incisión sujeta el cigarrillo, la ceniza no queda a la vista, la colilla puede apagarse sobre el cilindro interior sin ensuciar los dedos del fumador, puede ser transportado sin riesgo de que vuele la ceniza, es individual, apilable, de plástico incombustible y con un coste de producción irrisorio.
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