Londres
No es real todo lo que reluce
Preguntado un viejo monárquico convencido –no un juancarlista en tránsito– sobre por qué prefería la monarquía a la república, contestó que había excepciones. «Prefiero, dijo, la república francesa a la monarquía absolutista de Suazilandia, y prefiero la monarquía sueca a la república de Corea del Norte». En definitiva, ante todo prefería la democracia a cualquier dinastía absolutista por más que brillase su corona o a cualquier tiranía republicana por más que se ejerciera en el nombre de su abnegado pueblo. Un buen consejo que ayer quedó absolutamente ridiculizado con la lista de invitados al almuerzo en el castillo de Windsor con el que Isabel II celebró el 60º aniversario de su acceso al trono, y al que Doña Sofía excusó asistir. Efectivamente, allí estaba el rey de Suazilandia, el absolutista Mswati III, que había dejado solos por unos días a sus súbditos para instalarse con un séquito de más de treinta miembros en el lujoso Hotel Savoy de Londres, capital de una de las democracias más viejas. No estuvo solo. También se encontraba el sultán de Brunéi, Muda Hassanal Bolkiak, que atesora una de las mayores fortunas del mundo y cuyo mayor logro político es no reconcer el sufragio de las mujeres. Y sólo por recordar a la olvidada Primavera Árabe, al rey de Bahréin no se le atragantó el cordero de Windson que se sirvió en el almuerzo, a pesar de la sangre que ha hecho correr en las manifestaciones que en su país piden democracia. La pregunta es: ¿qué hacen sentadas en esa mesa las ejemplares monarquías parlamentarias? A eso no tenía respuesta ni aquel viejo monárquico.
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