Crítica de libros
Ideología con piel (I)
Como le ocurre a cualquier persona, también yo en mi evolución ideológica atravesé por varias fases antes de saber cuál era mi verdadero sitio, si es que alguna vez lo supe. Al principio fui sólo un niño, y eso significaba que el orden social era algo que únicamente se podría considerar trastocado en el momento en el que tu madre se olvidase de lavar tu ropa, ayudarte con los deberes de la escuela o darte la merienda. Tampoco puedo asegurar que haya sido un adolescente especialmente sensible a los graves asuntos sociales que afligían a las clases pensantes del país, no porque fuese un muchacho lúbrico y hedonista, ni un sibarita de la resistencia pasiva, sino, lisa y llanamente, porque cuando eres adolescente la ideología importa menos que los instintos. Alguien me dirá que la mía fue una postura demasiado cómoda, pero, ¡demonios!, a los dieciséis años la sensibilidad social es secundaria respecto de la masturbación, así que el entusiasmo que tendría que haber puesto en el estímulo de la mente, lo empleé, bien o mal, en cultivar las manualidades. Es cierto que un muchacho que ejercita la mente está luego capacitado para grandes empresas intelectuales, pero cuando a los dieciséis años de edad cae en tus manos una foto de Mammie Van Doren y sale caliente el agua de la ducha, no te importa que sólo puedas desarrollar codo de tenista. Ahora que soy más cartesiano me reprocho aquella pasividad frente a los graves asuntos sociales de la España de mi adolescencia, pero me excuso pensando que era joven, demasiado joven, tan joven, amigo mío, que hasta me parecía irremediable, casi un deber, el hecho de razonar sin necesidad de tener criterio. Contemplado con la distancia de los muchos años transcurridos, veo aquella etapa de mi vida como un momento fisiológico y frutal, un instante intenso y fugaz en el que las quemaduras servían para renovar la piel e incluso una parte del mar intentaba todavía acertar con la orilla. ¿Sería razonable tener preocupaciones ideológicas a una edad en la que el bozo de las mujeres te excitaba tanto como si fuese lencería el sudor? La verdad es que yo dejé la ideología para más tarde, para cuando descubrí que en los barrios pobres había muchachos de mi edad que con la desesperación hasta rezaban para que Cristo les ayudase a no creer en Dios.
✕
Accede a tu cuenta para comentar