
Cataluña
Cierre de ejercicio

Se cierra un nefasto 2010 con negros nubarrones sobre el futuro. Rodríguez Zapatero se ha esforzado al máximo en someter al sufrido ciudadano a la tortura china de sacrificios y recortes. Para conmemorar las fiestas navideñas uno de sus ministros menos valorados nos ha obsequiado con un increíble aumento de las tarifas eléctricas, del gas, del tren y de los transportes públicos. España cometió en el pasado pecados de energía. Se empecinó el Gobierno en fomentar las renovables, que tal vez resulten necesarias; pero ni siquiera los estadounidenses se permiten el lujo. Se subvencionó la eólica y la fotovoltaica. Poseemos ahora excedentes que se exportan a Marruecos o a Francia y Portugal y muchas disfunciones. En cada kilovatio verde, se pierde. También en el del carbón. No es que, como dice Rajoy, las compañías se hayan aprovechado ahora de las dádivas del Estado. Esto viene de lejos y pasa por diversos gobiernos e ideologías, cuando se abandona la energía nuclear, porque Occidente no sabe aún qué hacer con los residuos. No es que la energía sea cara o barata, es que se basa aún en un petróleo cuyo precio oscila según necesidades, sujeto, además, a las oscilaciones del dólar. Bien finito, aunque dispongamos de reservas antes inimaginables, pero cada vez más costosas de extraer. Este país entró tarde y mal en la industrialización y algunas zonas fueron hasta impermeables a ella. La deuda industrial se ha ido pagando a plazos y la educación recibida en el siglo XX tampoco permitió ni inventos, ni hitos científicos, ni patentes. Cuando hace pocos años advertimos las carencias, los europeos alimentaron nuestro ego a la espera de que pudiéramos devolverles favores.
Aquel crédito se usó mal. Los padres de familia, con la mejor intención y una mala experiencia a cuestas, empujaron a sus proles al funcionariado, a la banca, a un empleo seguro, de por vida. La educación que se ha recibido es la de alejarse de cualquier riesgo y, como consecuencia, nuestros jóvenes están sufriendo, sin iniciativas y sin un tejido inversor propicio, la peor de las crisis. Parece como si las empresas considerasen que tan sólo el trabajo desde los treinta a los cuarenta y cinco años les resulta rentable. El invento de las prácticas gratuitas no deja de ser otra forma de aprendizaje, inspirado en el siglo XIX. Se habla, pues, y con razón, de un capitalismo salvaje, porque el empresariado o el capital, si se le deja a sus anchas; tiende al salvajismo y hasta a la fechoría social. Si mandan y ordenan quienes eufemísticamente denominamos «mercados» y pasan por encima de la política y de los representantes elegidos, la democracia, de la que tanto nos ufanamos, no deja de ser una ficción como las utópicas menciones en nuestra Constitución del estado social o el derecho al trabajo y a la vivienda. Al cierre de 2010 hemos podido comprobar que incluso algunas instituciones que nos merecían temor reverencial fracasaron estrepitosamente. Se creyó durante la transición que se había superado la fórmula orteguiana de una España invertebrada. Se cosió por donde menos dolía, pero no se consiguió cerrar bien la oportunidad del siglo. Por fortuna todo tiene remedio, aunque resulte más caro. En Cataluña, la llegada de Mas a la Generalitat se ha visto con cierto alivio. Al fin y al cabo, el interregno del Tripartito se observó siempre con recelo. CiU está de nuevo donde estuvo y llega para quedarse por algunos años. No sé si doce, como asegura Mas, pero se ha repetido hasta la saciedad que, aunque Pujol esté en las fotos, ya nada volverá a ser como antes. Esto lo sabe bien Mascarell.
Pero lo peor de este cierre de ejercicio no son sus malos resultados, pésimos, sino que nada hace pensar que vaya a mejorar a corto plazo, que es lo que a todos interesa. Uno puede admitir, a menos que su situación sea ya desesperada, múltiples sacrificios; aunque con un objetivo. Cuando en el pasado siglo tantos países vivían en el «socialismo real» el pueblo aceptó al principio lo que le echaran porque se progresaba hacia una sociedad sin clases, el comunismo. Hoy, hasta Raúl Castro asegura que su sistema no durará ni dos años si no se retorna a un semicapitalismo: hasta el periódico oficial «Gramma» defiende la pequeña empresa, la iniciativa individual y despedirá a millones de funcionarios. Tal vez el ejemplo más reciente de los controladores aéreos, en nuestro actual Estado de Alarma, ilustra el futuro cambiante que se nos ofrece. La degradación de algunos trabajos nos retrotrae al pasado. 2010 ha demostrado que los políticos pueden mandar ya poco, que no hay líderes en el horizonte. Los mejores cerebros ya no se inscriben en los partidos y no desean dedicarse a la política. Se ha demostrado cierta inseguridad en la Red, en las formas de transmisión, con intereses ocultos y deseos de sustituir los medios habituales por otros. Esta sociedad en la que nos movemos mantiene demasiadas zonas oscuras, tiende a exagerar las desigualdades, aparta a los ciudadanos de la información (caso CNN+): convierte lo vivido en espectáculo, aviva la amoralidad con tono permisivo, acosa al ciudadano con prohibiciones, incrementa la extrema pobreza. El futuro sigue siendo una incógnita. Después de la tormenta, llega la calma. Debería llamarse 2011, aunque el año nuevo no desprenda, antes al contrario, efluvios de esperanza.
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