París
Contador no se rinde
El Tour es una carrrera psicológica. No sólo se gana pedaleando hábil en el llano y fuerte, poderoso y dictatorial en montaña. No basta con extremar a la máxima los tiempos de descanso como en el Giro –¡ay, qué dulces aquellos recuerdos del ser superior, de otro planeta, que era Alberto Contador!–.
Los chaparrones caen a diario y no sólo del cielo, como el diluvio de agua y granizo que bañó al pelotón en la salida de Aurillac y que hizo patinar otra vez a Gesink y al maltrecho Flecha. También hay metralla, de la que hiere profunda en forma de palabras. «L'Equipe», por ejemplo, la «hoja parroquial» de la ronda gala, despertó a la carrera con un titular de conjetura insidiosa. «Contador, ¿pronto a casa?». Ahí quedaba la pregunta como amenaza argumentada en el cúmulo de problemas que se le están juntando al madrileño y que pueden hacerle cerrar la cremallera de la maleta antes de llegar a París.
Cándida y utópica teoría fundada en la ingenuidad de que una adversidad podrá con el chaval que, operación de cavernoma y cicatriz en la cabeza a cuestas, se montó en una bicicleta para ganar una etapa en el Tour Down Under menos de un año después de haber estado a punto de morir en una carretera asturiana. Pueriles aquellos que enfatizan que los problemas podrán con él. Él, para quien todo es relativo ya después de pasar un Tour compartiendo mesa con el enemigo que era Lance Armstrong vestido como si fuera compañero. ¿Problemas? Que le hablen a Contador de ellos, que el pasado invierno dudaba si aparcar la bici de por vida con una suspensión de dos años amenazante por su positivo en el pasado Tour y que tendrá que resolverse a principios de agosto.
Cuestión de confianza para que la cremallera de la maleta de Contador siga abierta, danzando de hotel en hotel hasta llegar a París, aunque con un jersey más que meter, el amarillo. «No se me pasa por la cabeza irme antes de tiempo», ratifica. Confianza. Es la misma que a André Greipel le ha faltado hasta ahora. Y no de él mismo, absoluta, sino de los demás. Nunca lo ha tenido fácil, ni siquiera de pequeño. Se encaprichó de la bicicleta cuando por la televisión vio la película «American Flyers». «Mamá, eso quiero ser yo». Ciclista. Tuvo que pelearlo el pequeño André, hijo de un conductor de tractores en la Alemania del Este de la Guerra Fría.
Greipel aprendió a valerse por sí mismo y desearlo con el alma desgarrada, a seguir adelante incluso cuando Cavendish le hizo la vida imposible el pasado año en el HTC. Lo tenía exiliado, no había espacio para Greipel, no confiaban en él. Cavendish se convirtió en su demonio. «Incluso en mala forma soy mejor que él». Toma veneno endiablado. Greipel supo que era un «él o yo» y puso rumbo al Omega. También afloraron las dudas en su nueva casa el viernes en Chateauroux. La ira de su salto enfureció a Cavendish. Le ganó en sus narices. Diablo. Ayer volvió a adelantarle Greipel, a mirar al demonio a los ojos enrojecidos. Resultó, en Carnaux, que el mejor Cavendish no es imbatible. Y tampoco mejor que Greipel.
La rodilla de Alberto mejora
La rodilla derecha que tiene en vilo a Alberto Contador va mejorando. O así lo transmite el propio ciclista después de someterse a sesiones de acupuntura en la jornada de descanso. «Al principio me molestaba un poquito, pero a medida que ha ido pasando la etapa he ido a mejor». En el kilómeto 14 hubo una nueva montonera con Gesink, que cayó, pero no el madrileño. «No hubo tensión porque estábamos todos cortados», dijo.
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