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El ejemplo de la corona por José María Marco
Al recordar la necesaria ejemplaridad de quienes tienen responsabilidades públicas, Don Juan Carlos ha subrayado uno de los elementos fundamentales de la vida política actual, en particular en nuestro país. El comentario del Rey vino incluido en uno de los discursos más concisos, más claros y más firmes de los muchos que ha pronunciado. Cobra especial relevancia el momento de crisis, cuando vamos a tener que revisar y «modificar», como también dijo el Rey, «hábitos y comportamientos económicos y sociales». Conviene por tanto recordar la antigua tradición española que hace del Rey «el mejor alcalde», es decir el primero de los servidores públicos. A veces se data esta tradición de tiempos de Carlos III, monarca ejemplar en este aspecto. Aun así, la tradición viene de más lejos: ahí está la figura de Felipe II, casi íntegramente dedicado a su tarea de gobierno, o la de Isabel de Castilla, que marcó para siempre el ideal de quienes han de ostentar la Corona española, con su inmenso prestigio.
La democracia liberal, instaurada gracias a la Monarquía, ha traído una exposición cada vez mayor de quienes ocupan puestos públicos o encarnan a las instituciones. Hoy en día es difícil mantener cualquier cosa apartada del escrutinio de la opinión. Por eso, al revés de lo que muchas veces se dice, el Rey y la Familia Real son cada vez menos como todo el mundo. La democracia y la transparencia informativa obligan a una exigencia mayor, a un cuidado más intenso de las formas, y también del fondo de las actitudes y de su significado. El tono y las palabras del Rey en su discurso, como antes las del Príncipe de Asturias en Gerona, dejan claro que han comprendido la situación. Sigue existiendo la tradicional distinción entre las personas y la institución, un principio básico en la Monarquía. Sin embargo, más que nunca conviene no cometer imprudencias en la exploración de esa distancia.
También habrá que tener en cuenta que una mayor transparencia no va a ser garantía de nada. Por ejemplo, es casi seguro que el desglose del presupuesto de la Casa Real en los presupuestos del Estado –recomendable, por otra parte– va a traer más discusiones irresponsables: tanto más irresponsables cuanto menor sea la posibilidad de gobernar de quienes provoquen esos mismos debates. Este hecho aumentará aún más la exigencia personal para los miembros de la Familia Real. Esta exigencia, que acarrea sacrificios, tiene otros muchos lados positivos. La crisis, como ya vamos sabiendo, nos va a exigir más a todos. Dependemos cada vez menos del Estado o de los gobiernos, y más de nosotros mismos y de la solidaridad de los demás. En esta situación nueva, el ejemplo del Rey y de la Familia Real, que encarnan valores (antes se decía virtudes) independientes del hecho político en sí, constituye un patrimonio extraordinario. Los españoles son generosos en este punto. Todo lo que los miembros de la Familia Real se exijan a ellos mismos, lo recibirán con creces del agradecimiento y el cariño de sus compatriotas.
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