Libros

España

OPINIÓN: La estafa intelectual

La Razón
La RazónLa Razón

S er calificado hoy de intelectual constituye un auténtico drama, ya que, de antemano, y sin abundar en más detalles, eres culpable de silencio, omisión y complicidad con tantas situaciones intolerables que se producen en la actualidad. A veces, ya no sabes qué ha de suceder para que la masa crítica de este país se movilice más allá de determinismos de cualquier tipo para abordar los problemas de manera frontal y con la honestidad requerida. España ha pasado de ser un país en crisis a estar en estado crítico. Y no se trata de una opinión, sino de un hecho autoevidente, escandalosamente palpable. Ahora bien, por la corrección y el decoro mantenido por nuestros intelectuales parece como si no hubiera pasado nada, como si no fueran múltiples los aspectos de nuestra realidad que exigen de una reflexión en profundidad y liberada de las ataduras generadas por los intereses personales. En realidad, no existe una casta tan conservadora e inmovilista como la intelectual: toda ella se encuentra vertebrada por una serie de lugares comunes declinados hasta la saciedad que son aplicados indiscriminadamente y que conforman un discurso predeterminado, alejado por entero de la realidad.
No cabe duda de que el pensamiento crítico actual es una estafa: detrás de tantos gestos para la galería, no hay absolutamente nada –o mejor, nada que no sea un miedo atávico, atroz, a trazar líneas que fueran verdaderamente disidentes con respecto a lo «políticamente correcto» y que permitieran atisbar alternativas reales al «fascinante» status quo imperante, en el que todos quieren estar integrados. En una sociedad en la que todo está tan pactado, ¿qué confianza podemos poner en unas «voces críticas» que resultan cada día más previsibles y completamente incapaces de asumir una posición de liderazgo en un contexto que exige la reinvención de las fórmulas existentes? La intelectualidad autóctona, como se demuestra en estos tiempos, no pasa de ser un músculo entumecido que no deja de lastrar el cuerpo social.