Crítica de libros

Ingeniero social

La Razón
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Cuando llegue la hora, tal vez en pocos meses, de hacer balance cumplido de la «era Zapatero» a todos sorprenderá su abundante cosecha de leyes destinadas a modificar los hábitos sociales y a alterar las costumbres. La vocación moralista de este gobernante no tiene parangón con la de sus antecesores e incluso Felipe González, que se gustaba como reformista de izquierdas, queda oscurecido y achicado. Tampoco es fácil encontrar en la socialdemocracia europea una experiencia comparable a la española en extensión y frenesí. Tras siete años, apenas si resta alguna parcela o rincón de la conducta social que no haya regulado o trastocado de forma radical: aborto, divorcio, educación, sexualidad, igualdad femenina y, ahora, de trato, violencia doméstica, matrimonio… y, por supuesto, tabaco. Hasta con el Diccionario se ha atrevido. No es casual que la última ley del año 2010 fuera la antitabaco y que la primera de 2011 sea la del Trato. Parece que sólo la campana, y las inciertas expectativas electorales, ha frenado la ley estrella destinada a coronar la obra: la de «Libertad religiosa». Averiguar a qué obedece esta ingeniería social no parece demasiado complicado. Se diría que a falta de otros impulsos reformistas más eficientes, sobre todo en el ámbito económico, los dirigentes socialistas han volcado toda su utopía transformadora en cuartear el entramado ético que tiene su fundamento en la herencia cristiana. Para el PSOE el adversario es el PP, pero para la izquierda el enemigo mortal a batir es el ideario judeo-cristiano. El duelo entre socialdemócratas y populares es eminentemente electoral, pero el segundo es de naturaleza filosófica. De ahí, por ejemplo, la invención de la denominada «ideología de género», que planteada como cruzada progresista se lleva por delante derechos inviolables de los padres y de las familias, e invade sin pudor alguno el ámbito personal e individual. Son los cenicientos rescoldos del viejo estatismo socialista que, ante la imposibilidad de aplicarlos a lo económico porque en nuestra economía ya no mandamos nosotros, se arrojan sobre las personas, unas veces para prohibir y otras para mostrarse magnánimo mediante subsidios, prebendas y gratificaciones. Lo que subyace a todas esas leyes moralistas es el culto al Estado, al que se otorga la prerrogativa de dictaminar lo que es bueno y lo que es malo. Así pues, cuando llegue la hora de hacer balance aflorará cómo la ingeniería social pretendió sustituir a la ingeniería económica, si es que a tal chapuza se le puede llamar ingeniería.