Guerra comercial

US Navy
El portaaviones USS John F. Kennedy (CV-67), uno de los íconos de la flota naval de Estados Unidos, ha comenzado su último viaje hacia el desguace. Este evento, aunque esperado tras su retirada del servicio en 2007, genera un debate importante sobre la planificación estratégica y el manejo de capacidades navales en las principales potencias del mundo. El caso del JFK recuerda una decisión similar tomada en España, cuando el portaaviones Príncipe de Asturias (R-11) fue retirado y desguazado en 2017 tras la llegada del buque de asalto anfibio Juan Carlos I (L-61).
Ambas decisiones tienen en común una aparente falta de previsión a la hora de mantener activos recursos estratégicos que podrían haber seguido siendo útiles o a los que se podría dar otro uso que podría ser incluso lúdico o cultural, como convertirlo en un museo flotante en algún puerto. Este artículo analiza el caso del USS JFK y lo compara con el del Príncipe de Asturias, explorando si Estados Unidos está repitiendo un error que España cometió años atrás, y examinando las implicaciones de estos movimientos para la proyección de poder naval.
El USS John F. Kennedy (CV-67) fue el último portaaviones de la clase Kitty Hawk, diseñado para operar con una combinación de aeronaves tradicionales y sistemas avanzados. Botado en 1967 y nombrado en honor al presidente John F. Kennedy, el portaaviones desempeñó un papel fundamental en la proyección del poder militar de Estados Unidos durante más de 40 años.
Especificaciones técnicas:
Historial operativo:
Destino final:
El retiro del JFK estuvo motivado por una combinación de factores económicos y estratégicos:
El Príncipe de Asturias (R-11), construido por la empresa española Bazán (hoy Navantia) y botado en 1982, fue durante décadas el buque insignia de la Armada Española. Diseñado para operaciones con aviones Harrier y helicópteros, el portaaviones simbolizó el auge de las capacidades navales de España en el último tercio del siglo XX.
Especificaciones Técnicas:
Retiro y desguace:
El portaaviones fue reemplazado funcionalmente por el buque de proyección estratégica Juan Carlos I (L-61), un buque de asalto anfibio con capacidad para operar aviones STOVL (despegue corto y aterrizaje vertical), como los Harrier.
Diferencias estratégicas:
El debate
Tras su retiro, surgió un intenso debate sobre el destino del Príncipe de Asturias. Muchos proponían convertir el portaaviones en un museo naval, preservando así una parte significativa de la historia marítima de España. Sin embargo, los desafíos financieros y logísticos asociados a esta conversión pronto se hicieron evidentes, llevando a las autoridades a considerar alternativas más viables económicamente.
Una de las principales razones por las que el Príncipe de Asturias no fue preservado como museo fue el elevado costo de mantenimiento y conversión. Convertir un portaaviones en un museo no solo requiere una inversión inicial significativa, sino también costos continuos para su mantenimiento y operación. Según un informe del Ministerio de Defensa, se estimaba que el coste total de la conversión superaría los 100 millones de euros, una cifra que se consideró inviable dadas las restricciones presupuestarias del país. Este elevado costo no solo incluía la restauración y adecuación del buque para su uso como museo, sino también la creación de infraestructuras adecuadas para recibir a los visitantes y la implementación de medidas de seguridad y conservación a largo plazo.
Además del costo, se evaluó la viabilidad de un museo naval. Se consideró que la ubicación, el potencial atractivo turístico y el interés público no justificarían la inversión. Otros intentos similares en distintos países han mostrado resultados mixtos, y en el caso de España, se determinó que los ingresos generados por entradas y visitas no cubrirían los gastos operativos. La experiencia de otros museos navales en Europa y América del Norte muestra que el éxito de tales proyectos depende en gran medida del interés del público, el apoyo gubernamental continuo y la capacidad de atraer a un número significativo de turistas.
Las autoridades también consideraron otras alternativas, como la venta del portaaviones a un país extranjero o su uso para entrenamiento militar. Sin embargo, ninguna de estas opciones resultó viable. La venta a otro país requería encontrar un comprador dispuesto a asumir los costos de reacondicionamiento y transporte, mientras que el uso para entrenamiento implicaba gastos adicionales en mantenimiento y actualización de sistemas obsoletos. Finalmente, la opción más práctica y económicamente viable fue el desmantelamiento del buque.
Dentro del Plan de Modernización del Grupo de Proyección de la Flota, estaba previsto someter al portaaviones a una gran actualización en dos fases: la primera, dentro del programa CAVIMAR, consistiría sobre todo en mejorar la habitabilidad del buque y sus capacidades de almacenamiento y similares tuvo lugar en 2007, mientras que la segunda sería mucho más amplia y tendría que haber afectado a gran cantidad de diferentes áreas y sistemas del buque, comenzando una vez que hubiera entrado en servicio el Juan Carlos I. Pero la Crisis económica de 2008-2013 hizo que se anulara la segunda fase y que el portaaviones fuese atracado sin actividad en las instalaciones de la base de Rota.
En octubre de 2012 el gobierno de Mariano Rajoy decidió, debido al costo de mantenimiento, dar de baja el portaaviones, fijándose esta para principios de 2013, tras 25 años de servicio, y su posterior desguace en las instalaciones de Navantia de Ferrol.
El alto costo de operación y la obsolescencia tecnológica fueron factores determinantes en la decisión de no reformar el Príncipe de Asturias. Ponerlo a punto hubiera constado, según el Gobierno, unos cien millones de euros. Ya en 2007 se habían invertido 3,6 millones de euros para su reparación y modernización, gracias a lo cual pudo seguir funcionando seis años más.
Además, la Armada optó por priorizar recursos hacia otros proyectos más actuales y necesarios, como el buque de proyección estratégica Juan Carlos I, que también puede operar aviones y helicópteros, y ofrece capacidades adicionales en términos de transporte anfibio y apoyo logístico.
El 14 de diciembre, en el Arsenal Militar de Ferrol, se celebró la ceremonia de baja oficial del portaaviones en la Lista Oficial de Buques de la Armada (LOBA), tras haberse retirado todo el material útil de su interior, con lo que el buque, quedó en espera de destino.
Tras su baja surgió una iniciativa para convertirlo en museo argumenta "perfectamente posible”. El barco actuaría de este modo como “impresionante reclamo turístico”, decían sus promotores, entre los que se encontraban senadores y diputados de diferentes partidos, miembros de sectores sociales y empresariales o periodistas. Los firmantes de esta iniciativa consideraban el Príncipe de Asturias como un buque de diseño y construcción español, "un orgullo tecnológico de nuestros ejércitos y de nuestra industria, a cuyo desarrollo ha contribuido y ha merecido el respeto y la admiración unánimes de las marinas de todo el mundo". A estos les preocupaba "hondamente" que este buque acabase "desguazado y vendido a trozos por el peso de su metal".
Sin embargo, la propuesta no tuvo éxito y, como ocurre tantas veces en España con todo aquello que representa nuestro pasado, se decidió no darle importancia a este símbolo de la Armada y venderlo para desguace por la irrisoria cifra de 2,3 millones de euros. El 9 de agosto de 2017 partió hacia el puerto turco de Aliaga para ser desguazado a lo largo de 2018.
Aunque operaron en contextos diferentes, el retiro y desguace de ambos buques plantea cuestiones similares:
Costos de Mantenimiento:
Obsolescencia Tecnológica:
Reducción de Capacidades:
Alternativas Limitadas:
El desguace del USS JFK podría interpretarse como un paso necesario hacia la modernización, pero también plantea riesgos:
Pérdida de capacidades estratégicas:
Falta de planificación a largo plazo:
Reducción de la Flota:
Necesidad de buques de reserva:
La decisión de Estados Unidos de enviar al USS JFK al desguace puede ser vista como una medida lógica desde una perspectiva de modernización, pero plantea preguntas sobre el equilibrio entre cantidad y calidad en su flota de portaaviones. Comparado con el caso del Príncipe de Asturias, la lección principal es la necesidad de planificar a largo plazo para evitar la pérdida de capacidades estratégicas que son difíciles de recuperar.
En un mundo donde la proyección de poder naval sigue siendo crucial, tanto España como Estados Unidos podrían enfrentar limitaciones en su capacidad para adaptarse a futuros desafíos si no consideran el valor de mantener plataformas estratégicas activas o en reserva.
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