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Hamburguesa eterna
Con la vuelta al cole, he visto a unos cuantos niños practicando lecciones de protesta ante la prohibición de la bollería industrial en las escuelas, lo que para algunos sectores de la infancia representa una especie de atentado contra la libertad de gustos. A los padres les asalta la pregunta de siempre: «¿Qué comen nuestros hijos? ¿Por dónde nos los quieren envenenar?».
Mientras doña Trinidad Jiménez parece que hace una tregua como ministra de Sanidad a la hora de prohibir alimentos, aún dispuesta a quitarle la merienda a su rival, Tomás Gómez, al final nos reconcome una cuestión: ¿qué pasa con las hamburgueserías? Una fotógrafo americana, Sally Davies, ha estado haciendo a diario fotos a un menú infantil «Happy Meal» y después de 107 jornadas ha descubierto que la hamburguesa permanecía incorrupta. Ni un mal olor, ni un vil gusano han conseguido producir el menor cambio, lo que lleva a la incógnita sobre su naturaleza y composición. ¿Qué será lo que comemos cuando comemos un Big Mac? Esto me recuerda a una película, «Supersize Me», donde su director y protagonista-conejillo de indias, Morgan Spurlock, se dedicaba a alimentarse durante un año con productos de McDonald's, filmando sus consecuencias. Acababa convirtiéndose en un tonel seboso lleno de achaques, lo que nos hacía mirar con otros ojos esos bocados tan socorridos que tantas veces nos hemos zampado a la salida del cine.
¿Qué paso da la comida rápida para convertirse en comida eterna? A lo mejor lo que han inventado estas cadenas de hamburguesas es un nuevo proceso de momificación o, por qué no, un paso más en los secretos de la inmortalidad de la carne que impide su putrefacción. Se conoce el caso de una señora que ha guardado una que permanece inalterable desde hace doce años. Sólo nos queda pensar que en esta sociedad tan llena de conservantes llegue un día en que nosotros nos conservemos tan bien como esta supuesta carne hecha picadillo.
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