Moda
El icono de la era digital por Lluís FERNÁNDEZ
Lo difícil en el mundo de las «industrias creativas» del entretenimiento, y la moda es una de sus más lujosas fantasías, no es permanecer sino reinventarse. Como la supermodelo Kate Moss, que, con un currículum politoxicómano de escándalo, ha convencido al «mundo» de que sigue siendo la mejor, la mejor intérprete del reality escabroso que es su vida y la supermodel que desfila en los salones más cool.
Sin duda, «Cocaine Kate» es el icono «waif» más salvaje del famoseo posmoderno, que todo lo mezcla y confunde, sin hipocresías ni doble moral porque es amoral. De ahí que siga siendo, tras su tormentosa relación con el roquero punk Pete Doherty, con sus borracheras, peleas y rayadas públicas, la «trendesetter» que impone su forma de vestir porque es el modelo mediático con que sueñan quienes la ven como la top model de la transgresión in, estilo «heroin chic»: una mezcla de «vintage grounge» con lujo, anorexia con drogas y curas de desintoxiación.
Siendo tan poco convencional, la modelo más sexy y mejor pagada del mundo, se ha casado con el cantante «anarco-punk» de «The Kills», Jamie Hince, con el esplendor de una princesa «trash» y ha logrado arrebatarle la portada del Vogue USA a los príncipes de Mónaco: el enlace más esponsorizado y antipático de la realeza caspa.
Por contra, la boda de Kate Moss tuvo esplendor bizarro a raudales: a la entrada, un musculoso desnudo llevaba tatuado en el pecho sus caras y nombres, cada invitado tenía una travesti para acompañarlo al lavabo y un grupo de gaiteros amenizó la fiesta.
El traje de boda fue de John Galliano, más celebrity que nunca tras su paso por la clínica de rehabilitación y el juzgado, pero no la lista de invitados más destroyer de la farándula zombi: los Jagger, la Westwood, la Campbell, Leo DiCaprio, Daniel Graig, Jude Law, Johnny Depp y demás amantes. Actuaciones de los Rolling Stones, Led Zeppelin, Snoop Dog, Beth Ditto y la «iguana» Iggy Pop. Y su hija Lila, de quien Kate dice que es su «miniyo». El circo friqui al completo con Mario Testino de testigo.
Tres días de fiesta loca en su residencia campestre de Oxfordshire, con un cargamento de vodka, Red Bull y champagne Louis Roederer Cristal, de 2.000 euros la botella, suficiente para llenar una copa gigantesca en donde podría nadar la mismísima Charlene Wittstock y naufragar el Titánic.
Si la de los duques de Cambridge fue la boda del siglo, ésta es la megajuerga del año, visto el número de invitados y amantes dispuestos a pasarse de la raya.
Lluís FERNÁNDEZ
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