Constitución
La democracia misma
Tenemos, por fin, sentencia. Cuatro años fueron demasiados, aunque lo importante es que hay sentencia. Con interpretaciones para todos. Catorce de los más de doscientos artículos del Estatut no son constitucionales. Más de treinta son interpretables. Pero el resto se ajusta a la letra de la Carta Magna. Luego el grueso del articulado es constitucional, aunque una parte debe ser modificada. Tan simple como eso. Tan sencillo como la democracia misma: se opina y se discrepa, pero las normas se cumplen. Mucho se ha escrito en los últimos tiempos sobre la legitimidad o no del actual TC para decidir sobre la constitucionalidad del Estatut. Criterios apresurados e interesados, pues sostenían algunos que el Alto Tribunal, en su actual composición, carece de cobertura legal para decidir sobre la constitucionalidad de la norma catalana. Planteamiento erróneo porque, pese a que cuatro de sus miembros llevan casi dos años y medio en prórroga de mandato, se trata de una situación perfectamente legal: «Los magistrados continuarán en el ejercicio de sus funciones hasta que hayan tomado posesión quienes hubieren de sucederles», ordena con claridad el artículo 17 de la ley orgánica del TC. Si no fueron sustituidos no es por culpa de ellos sino del Parlamento, es decir, de PSOE, PP, CIU, PNV, ERC y demás grupos políticos, que debieron haberse puesto de acuerdo hace veinticuatro meses, pero no lo hicieron por sus luchas intestinas y por falta de miras para alcanzar el necesario consenso. Luego el tribunal es legal y su sentencia ajustada a Derecho. Nos puede gustar más o menos, pero hay que asumirla y exigir su ejecución. Ahora sólo cabe leerla con detenimiento y cumplirla en todos sus apartados. Lo que se hizo mal del Estatut ha de ser modificado y corregido. Lo dicen las leyes constitucionales, piedras angulares del sistema democrático y pilares de la convivencia en nuestro país. Los partidos políticos, por mucho que discrepen del fallo o estén en desacuerdo, solo pueden obedecerlo, aunque les disguste en alguno de sus aspectos. Por civismo y responsabilidad, hay que estar a la altura del momento. España no admite más temblores ni más extremismos.
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