Crítica de libros

Feos somos por Paloma PEDRERO

Feos somos, por Paloma PEDRERO
Feos somos, por Paloma PEDREROlarazon

Llego de la playa. He gozado de mi mar cálido, el Mediterráneo. El agua estaba limpia, las medusas ausentes, los turistas alejados, el hotel en la arena. Mucho gustito para el cuerpo. La mente, con tanto sol y sal apenas piensa. Quizá ése sea el verdadero descanso para los que lo hacemos de vez en cuando. No pensar. Belleza he visto poca. Alguna luna de madrugada, el color de la mar al fondo, algún animalillo… ¿Y el género humano? Pues, a mi parecer, bastante feo. Salvo los bebés, que son todos lindos; los niños, casi todos graciosos; los adolescentes, la mayoría de piel intacta; y los bastante jóvenes, demasiado pendientes de su ombligo y alrededores. El resto, realmente, dejamos bastante que desear. El tiempo, cual tigre insaciable, va devorando nuestros cuerpos tersos. La mella de la experiencia en nuestro vientre. Los rostros cansados, sin rumbo. Las piernas calladas, los hombros rendidos. El miedo de los años arremolinado en el pecho caído de hombres y mujeres sin risa. Las cabezas bronceadas, los sombreros blandos, los pies sin colores. Feos, feos en el andar cansino, en el correr pesado, en el mirar superfluo. Y yo pienso: ésta es la sociedad de la estética, de las cremas, de los liftings, de los láseres, de las liposucciones, de la cirugía a cien. ¿Cómo sería, entonces, sin todo eso? Me parece que no peor. Lo siento por los tantos negociantes, pero el ser humano cotidiano y desnudo no es más atractivo hoy que hace cuarenta años. Y no es mi mirada, se lo aseguro. Creo que aún miro enamorada a los otros, creyendo en la bondad de los desconocidos. Esta semana de playa sólo he visto dos personas completamente bellas a mi parecer. Una era una bebé negra, hija de africanos de mercadillo: nueve meses, ojos inmensos llenos de mirar, pies de muñeca y una sonrisa inteligente que eclipsaba estrellas. El otro era un hombre que vi paseando por la orilla. Contaría cerca de noventa. Alto, delgadísimo. Con el rostro mismo de la dignidad. Porque eso sí, la dignidad es bella y erótica. Siempre.