Japón
Diario de un hombre lobo en Sitges: Nigromantes y yakuzas
Lo de los pases del Auditori aquí en Sitges a veces roza el esperpento: basta que una película empiece tarde para que todo el engranaje –van una detrás de otra sin apenas solución de continuidad- se resienta. Es decir, que si el pase de, pongamos, "Black Death", en vez de a las 16:30 empieza a las 16:50, entonces ya no hay quien se tome un respiro el resto del día.
Lo del esperpento no va en broma: se sale por una puerta de los pases y, a toda pastilla, hay que correr, dando la vuelta al edificio, para ponerse a la cola del siguiente. ¡Cómo se lo iba a pasar aquí Usain Bolt, echando sprints a los plumillas para llegar a ver la nueva de Takeshi Kitano! Por no volver a habla del tema de conseguir entradas para los pases vespertinos. Me cuentan que hay más de un centenar de voluntarios trabajando en el festival. No será en las taquillas en la "hora punta"d e recogida de invitaciones.
Volvamos a "Black Death", una más que digna coproducción germano-británica de aire clásico presentada ayer en la Sección Oficial que viaja hasta la Europa del siglo XIV. Con la peste cebándose en la población, un novicio de un monasterio, con más vocación entre las piernas que en la frente, decidirá ayudar a un grupo de mercenarios al servicio de la Iglesia a encontrar un pueblo dominado por un nigromante diabólico. Sus habitantes, se cuenta, a fuerza de renegar de Cristo han logrado eludir la epidemia. Superstición, religión, violencia, miseria y barbarie se conjugan hábilmente en esta historia oscura –no en su fotografía, pero sí en su retrato de la época- que firma Christopher Smith y que tiene en pantalla a Sean "Boromir"Bean y a Carice Van Houten, la magnética rubia de "El libro negro". No es lo único, por cierto, que el filme comparte con la obra de Paul Verhoeven. La cinta recuerda, manteniendo las distancias, a dos referentes obvios, la violenta epopeya medieval del holandés, "Los señores del acero", y el viaje tenebroso en busca del Coronel Kurtz de "Apocalipsis Now". Le falta mucho para ser la obra maestra de Coppola, pero tiene poco que envidiarle a la otra. Y eso no es poco.
La otra historia de violencia de la jornada, a concurso en la sección Panorama, fue "Outrage"("Indignación"), regreso del grandísimo Takeshi Kitano a las películas de yakuzas, deiz años después de dejarnos helados y divertirnos con "Brother". "Outrage"es deudora, a la japonesa, de "El padrino"; eso implica el retrato de cómo se maneja una familia mafiosa con su idiosincrasia nipona, que son ellos muy suyos. Aunque este carrusel de traiciones y asesinatos dentro de un clan en concreto -hay unos 85.000 yakuzas en Japón- es un tratado sobre la mentira, el engaño y los tejemanejes de un jefazo ambicioso para limpiar el camino de obstáculos. De hecho, por una vez la historia de la cinta planea más allá de la estrella, convirtiendo Takeshi Kitano, el director, a su alter ego, Beat Takeshi, el actor, en uno más de los criminales. Uno relevante, pero uno más al cabo, un pez intermedio, para entendernos. A uno, que le gusta el cine de Kitano, se le hizo pelín larga. Aunque, como siempre, hay dos o tres escenas memorables en las que la sangre salpica con verdadero arte.
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