Literatura

Baltimore

Hammett bajo sospecha

En el 50º aniversario de la desaparición del escritor se publican sus declaraciones durante la caza de brujas y se reeditan todos los títulos del mítico detective Sam Spade

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En la última novela de Thomas Pynchon, «Vicio propio», que acaba de aparecer, el protagonista, un detective hippy de Los Ángeles, reflexiona sobre su ingrata profesión, y para ello evoca colegas ilustres de la ficción: «Antes estaban todos aquellos grandes investigadores de los viejos tiempos: Philip Marlowe, Sam Spade (...) siempre resolviendo los crímenes mientras los polis siguen pistas falsas y no hacen más que molestar». Era la época de los hombres duros y silenciosos que callejeaban todo el día y que, entre cigarrillos, vasos de whisky, puñetazos y tiros de pistola, descubrían sobre la marcha las interioridades de los casos más extraños.

Ese talante de superioridad y astucia que popularizó tanto el mundo del cine, con la adaptación de la mayor aventura de Sam Spade con el rostro de Humphrey Bogart –en el debut como director de John Huston, «El halcón maltés»–, puede recuperarse estos días en su doble vertiente: la del personaje y la de su autor. Así, gracias a la editorial RBA se reúnen por vez primera los relatos de Spade: los cuentos «Demasiado han vivido», «Sólo pueden colgarte una vez» y «Un tal Samuel Spade» –aparecidos en «The American Magazine» en 1932– y la citada novela, «El halcón maltés».


Perseguido por McCarthy
Por su parte, Errata Naturae nos proporciona la voz directa del escritor mediante el volumen «Interrogatorios», que se publicará el 2 de mayo, donde se transcriben las sesiones en las que se juzgó a Dashiell Hammett, quien había sido citado a declarar por sus sospechosas simpatías comunistas el 26 de marzo de 1953 por el subcomité del Senado estadounidense, con Joseph McCarthy a la cabeza. Éste estaba obsesionado con averiguar cómo y por qué se habían infiltrado libros procomunistas en ciento cincuenta bibliotecas dependientes del Departamento de Estado en el extranjero. Según las estadísticas, en concreto se habían encontrado trescientos ejemplares de obras de Hammett en setenta y tres bibliotecas.

«Interrogatorios» aporta también el cuento «Sombra en la noche», que fue tomado como prueba para demostrar sus intenciones antipatrióticas. El hecho es que McCarthy le planteó a Hammett cuestiones de esta guisa: «Si usted estuviera gastando, como estamos haciendo nosotros, más de cien millones de dólares al año en un programa de informaciones que se supone tiene por objetivo luchar contra el comunismo, y si usted fuera el encargado de este programa de lucha contra el comunismo, ¿adquiriría usted las obras de unos setenta y cinco autores comunistas y las distribuiría por todo el mundo estampando en ellas nuestro sello oficial de aprobación? ¿O prefiere no contestar a esta pregunta?». Entonces, Hammett, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, recurriendo a la cláusula cuarta de la Constitución americana que permite no responder, dijo: «Bien, yo pienso (por supuesto no lo sé) que si estuviera luchando contra el comunismo creo que lo que haría es no darle a la gente ninguna clase de libros». Con esta sorprendente contestación acabó el interrogatorio. Pero ¿de qué manera Hammett se había visto envuelto en este colosal lío?


Nueva novela detectivesca
Después de cincuenta años de su fallecimiento, merece la pena revisar su exitosa andadura, pues sólo le bastaron un par de años –de 1929 a 1931– y unas pocas obras–entre esas fechas, «Cosecha roja», «El halcón maltés» y «La llave de cristal»– para llegar a lo más alto en la literatura de su tiempo, agradando además al público más diverso, recibiendo los elogios de los críticos abriendo las puertas a otros colegas para la creación de una nueva novela detectivesca. Por lo demás, se dedicaría a publicar cuentos en las revistas de la época en los años veinte y a firmar guiones para Hollywood al lado de su compañera, la no menos interesante autora Lillian Hellman. Y luego, el silencio literario casi absoluto hasta una muerte que tal vez no esperaba tan tardía, en 1961, a los sesenta y seis años, pues la enfermedad y el alcoholismo le habían acompañado fielmente desde la juventud.

Quizá la escritura fue para Hammett la manera de convertirse en el hombre de acción que no pudo encarnar, aunque su vida acabara siendo de película: tras su decisivo paso en Baltimore por la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, de 1915 a 1918, lo cual le proporcionaría la visión de ese mundillo de investigadores y criminales que más tarde trasladaría al papel, se decidió a participar en la Gran Guerra. Sin embargo, la tuberculosis le obligó a abandonar el ejército menos de un año después; lo volvería a intentar en 1942, pero sería destinado muy lejos de donde se luchaba contra Hitler, en unas islas cercanas a Alaska. Ya distanciado de lo puramente literario tras publicar «El hombre delgado» (1934) y la serie cinematográfica que rodó la Metro Goldwyn Mayer a partir de esa novela y que le convertiría en un hombre rico, Hammett recaudó dinero para la República española, se manifestó en contra de la guerra de Corea y padeció seis meses de cárcel, en 1951 por no atestiguar en el Civil Rights Congress contra cuatro comunistas acusados de conspiración gubernamental.

Así las cosas, Hammett tuvo que buscar su propia clase de heroísmo, satisfacer sus principios morales y solidarios, dignificar la libertad de pensamiento e incluso la perteneciente a los derechos laborales (promovió la realización de sindicatos para guionistas de cine); no es de extrañar por todo ello que en Estados Unidos se le empezara a mirar con malos ojos. «Había alcanzado una nueva notoriedad: las revistas de Hollywood lo catalogaban como el más peligroso e influyente comunista de América, uno de los cerebros rojos de la nación, magnate de la alta y distinguida sociedad del caviar y el vodka. Los inspectores de Hacienda y el FBI lo acosaban», explicó Justo Navarro en el epílogo a «El primer hombre delgado», publicada pocos años atrás por Seix Barral.

En verdad, los ojos de Hammett eran dos visores que analizaban lo peor de una sociedad tan violenta como temerosa y en la que es fácil perderse; de ahí la gran cantidad de personajes que van apareciendo en esas narraciones en las que San Francisco o Nueva York se convierten en ciudades claustrofóbicas; donde, tras el crack del 29, impera la corrupción, la maldad pura y dura en forma de avaricia, la mentira perpetua. «Yo me limito a decirte lo que pasa; no lo explico», dice uno de sus personajes; y a tal cosa, en aquellos tiempos trepidantes, se consagró Dashiell Hammett.


El detalle
HOMBRES DUROS

Hammett concibió el «strong silent man» con Samuel Spade –protagonista de «El halcón maltés» (arriba, Humphrey Bogart, que dio vida al detective, en una imagen de la película)– y el Agente de la Continental –protagonista de «Cosecha Roja» y «La maldición de los Dain» (1929)–, y se distinguió por tramas complejas, como advirtió Luis Cernuda con motivo del fallecimiento del autor y sobre «La llave de cristal»:«Ése es uno de los rasgos singulares en la novela de Hammett: que los motivos de la acción quedan ocultos y el lector avanza por ella en una especie de niebla; hay que leer el libro con atención bien despierta para calar en la intriga y en los personajes».


«Interrogatorios»
Dashiell Hammett
Errata Naturae
120 páginas. 10,90 euros.