Historia

Colonia

El idiota por Julián Redondo

La Razón
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Alberto Contador disputa en Lausana la carrera más difícil de su vida. En la sede del TAS (Tribunal de Arbitraje del Deporte) se juega credibilidad, dinero, futuro, el Tour de 2010 y el Giro de 2011 entre otros triunfos. No se puede negar que en su organismo aparecieron 50 picogramos –palabro que se ha hecho tan famoso como la prima de riesgo– de clembuterol, grano de arena en la playa; pero ahí estaban, lo cual dio pie a una acusación de dopaje. Él defiende su inocencia y atribuye el positivo a un solomillo. La UCI ni siquiera sospechaba de su pasaporte biológico, asistió perpleja a la filtración del laboratorio de Colonia e incrédula le sugirió la contaminación alimentaria en el origen. Ahora le acusa, como la AMA. Tiene cuatro días para demostrar su teoría. Sería conveniente que lo consiguiera, no solo porque su absolución sentaría un precedente, jurisprudencia sobre la cuantificación del clembuterol en los deportistas, sino porque bocazas como Yannick Noah se meterían la lengua por donde amargan los pepinos.

De vivir hoy Dostoievski quizá cambiaría al príncipe Mishkin, un hombre bueno, por «Gilinoah» al escribir «El idiota». O tal vez no. Salta a la vista que este sujeto ni parece bueno ni convence por sus cualidades morales. En «Le Monde», periódico al que el Tribunal Supremo ha condenado a indemnizar con 15.000 euros al Barça por asociarle con la «operación Puerto» y el dopaje, ha encontrado el soporte para enmierdar sin pruebas, sin más argumento que un crédito alucinógeno, al deporte español. Duda de sus éxitos en baloncesto, en fútbol, en tenis... Los achaca a una «pócima mágica» que él no probó (?) cuando ganó Roland Garros en el 83; ni Hinault ni Fignon cuando arrasaban en la carretera; ni la Francia campeona del mundo y de Europa de Jacquet y de Lemerre. Por la presunción de inocencia del deporte español, ¡abajo las comillas del idiota! Perdón, Fiódor.