Barcelona
Venecia: pasión bajo el antifaz
Películas de Visconti y de Fellini simbolizan este año la mascarada veneciana. Vistosos trajes y fascinantes antifaces dan rienda suelta a los deseos más ocultos
Giacomo Casanova se escondía tras su máscara blanquecina y su sombrero tricornio. Navegando entre los 400 puentes de la ciudad secreta, recogía a sus «conquistas». Se cruzaba con góndolas en las que sombras agazapadas en capas oscuras se deslizaban hasta la Plaza de San Marcos para unirse a la comunión de los sentidos en la «Despedida de la Carne» de un Carnaval que, desde su nacimiento en el siglo XI, ha seguido fiel a su tradición y se ha convertido en uno de los principales eventos de la ciudad.
Casanova cruzaba el Gran Canal para llegar a la isla Giudecca, uno de sus lugares preferidos. Allí en el llamado «Jardín de las Delicias» disfrutaba de sus citas clandestinas. Gracias a la iniciativa de Guiseppe Cipriani hoy alberga uno de los hoteles más bellos de Venecia en un enclave privilegiado: El Hotel Cipriani. En 1956, el Comendador Cipriani le daba vueltas a la idea de erigir un alojamiento con vistas a la Plaza de San Marcos, pero con la prudente distancia para gozar de intimidad. Su proyecto se llevó a cabo y desde el Restaurante Fortuny o desde la terraza del Cip´s Club se contemplan los tonos lánguidos del atardecer posándose suavemente sobre San Marcos al otro lado del Canal, apenas a cinco minutos de travesía.
Pistoletazo de salida
«El vuelo del Ángel» inaugura el gran Carnaval. Una joven alada, cuya identidad famosa es la gran sorpresa del día, desciende sujeta a un cable de acero los 90 metros del «Campanile» hasta llegar al centro de la Plaza de San Marcos. Abajo una corte de colombinas envueltas en trajes que espolean la fantasía del fantasmagórico escenario, doctores de la peste, tricornios de casanova y felinos que representan el amor en Venecia observan el descenso para acto seguido dirigirse a las fiestas públicas y privadas que se celebran en los palacios, como se hace desde sus comienzos en 1296. Durante diez días las clases sociales no existen, el físico no importa, ni las emociones tampoco. Todo queda camuflado bajo una vestimenta que da rienda suelta a las más íntimas fantasías.
Las góndolas llevan a personajes recién sacados de alguna película de Fellini o de Visconti, reman por el Gran Canal hasta desembarcarlos en la Isla Giudecca, donde les espera un «Bellini», famoso cocktail de Giuseppe Cipriani, que afamó el «Harry's Bar». Y con las copas llenas del brebaje de ese color ámbar que le da la combinación de champagne y zumo de melocotón brindan por el Carnaval.
Desde las ventanas góticas del aristocrático Palazzo Vendramin o del Palazzeto, últimas adquisiciones del Hotel Cipriani, se contemplan las luces y las velas de la Plaza de San Marcos, y la iglesia del Redentor, que se levantó en 1576 para conjurar la peste. La música de Vivaldi llena los canales y llega hasta el establecimiento acompañando a las góndolas en su navegar cadencioso por la «Serenísima República». Música, cánticos, extravagancia... Desde el Hotel Cipriani todo está al alcance de la mano y lo suficientemente lejos para limitarse a observar.
Máscaras espectaculares deambulan por la Plaza de San Marcos, sabiendo que ojos anónimos les observan, buscando a la más bella o quizás a la más impactante para otorgarle el premio de máscaras. Finalmente, el último día del festejo, el ocho de marzo, por el Gran Canal iluminado por lámparas de aceite y velas desfilarán las góndolas y canoas liberando globos para despedir el carnaval. Llega la cuaresma. Hay que esperar un año para volver a ocultarse bajo la máscara.
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