Artistas
Asesino de banda ancha
El lunes, la conversación por videoconferencia estaba muy lejos de parecerse a cualquiera de las habituales charlas familiares. El padre de Dorel Marcu relata que, mientras sujetaba el cuerpo claudicado de su pareja, le repetía, a través de la minicámara: «¡Mira lo que he hecho, papá!». Automáticamente se asomó su madre para inquirirle: «¿Dónde está Vio», a lo que el joven respondió: «En el otro mundo».
Antes de cortar la conexión Madrid–Transilvania, lanzó una última y fatal advertencia: cuando su cuñada de trece años regresara del colegio, «correría la misma suerte». Ya estaba servido el titular con un letal calificativo: «Asesino de la webcam», en velada alusión a que pudiera haber retransmitido el horror, por banda ancha, como si de un remedo casero y turbio de «snuff movie» se tratara. A las pocas horas, el padre de Marcu, manifestaba su estupor en una televisión de su Rumanía natal. «Lo mejor que pude hacer fue delatar a mi hijo. Aunque ingrese en prisión, al menos no lo habremos perdido para siempre». El suicidio se mascaba en esa última conexión....
Sin denuncias
Nunca sabremos –porque no podrá contárnoslo– en qué momento de su casi recién estrenada mayoría de edad empezó el ascenso de Viorela Alexandra Moldovan hacia el Annapurna del desamor. Tampoco cuándo sintió que empezaba a beber la sopa negra de los espartanos junto al padre de su hija, de tres años. El dueño de unas manos cuyo sórdido abrazo le segaron la respiración para siempre. Un lustro contemplaba la relación de estos dos jóvenes rumanos, afincados en Torrejón de Ardoz.
No existían denuncias por malos tratos ni orden de alejamiento; nadie fue testigo de discusiones o vejaciones. Sólo la madre de la fallecida asegura que «veía a su hija infeliz» ¿Qué motivos llevaron a Dorel a ahorcar a su pareja –aún por esclarecer si con sus propias manos o asistido de una corbata? Y lo que puede resultar más perverso: ¿por qué enfocar la webcam hacia su cuerpo inerte para que su padre constatara el horror?
La fuerza de la sangre
«En mi opinión –aclara el psiquiatra José Miguel Gaona, codirector del Instituto Neurosalus–, los sentimientos nublaron su razón y buscó apoyo en el único punto de contacto con la realidad: su familia. Habituado a usar el Skype, conectó la cámara para contar lo sucedido y mostrar el producto de su locura. No es necesariamente una exhibición morbosa, sino la confirmación, mediante la imagen, de lo que ha sido capaz de hacer».
Raúl Padilla, experto en terapia de pareja y director del Gabinete Psicantropía, asegura que, «a todas luces, se trata de un crimen pasional y, por ende, destila demasiado dolor como para guardárselo él solo. Compartir el crimen con su padre pudo ser el reconocimiento del acto violento y el intento de redención. Y, quién sabe –yo no soy capaz de descartarlo– si la petición de consejo al patriarca, soporte moral de una familia basada en el linaje y la fuerza de la sangre».
Según los peritos en comportamiento, para un hombre que considera a su mujer como su pertenencia más preciada, el conflicto llega cuando ese «objeto» cobra vida propia: «En ese momento, el poseedor no puede tolerarlo y para levantar acta del hecho, retransmite el acontecimiento para que su progenitor compruebe que es un ‘‘digno vástago de la dinastía''. Él cree que la justicia protege su creencia y obra en consecuencia. Es un terrible ejemplo de que la sociología, las normas de grupo y las ideologías son un sustrato muy poderoso para fraguar la psicología personal», resume Antonio Martín, sociólogo y director del Centro Psicológico Belagua.
Los expertos coinciden en reseñar que el homicidio se presenta como un crimen inducido por los celos, la resistencia a abandonar algo considerado de su propiedad. «Estaba a punto de perder a su mujer y decidió retenerla entre sus manos ahogando la vida que estaba creciendo en su seno», enuncia Padilla. La principal línea de investigación apunta hacia ese detonante: la asesinada le habría dicho que estaba embarazada de cinco meses y que el hijo que esperaba no era suyo. Por tanto, quería dejar su relación para empezar una nueva vida junto a otro hombre.
«Ahorcar es una forma "barata"de matar; un método casero y ancestral», resume Antonio Martín. Y aunque a los terapeutas les resulta aventurado hablar del perfil del asesino sin un examen, el director del Centro Belagua apuesta por que se trata «de un sujeto sin inteligencia emocional, dado que le ha sido imposible gestionar sus emociones de manera positiva para su propio destino». El director del Gabinete Psicantropía lo resume así: «El joven ajustició a su pareja. Ejerció de policía, carcelero, juez, jurado y verdugo. Después, se puso en manos de lo que él reconoce como autoridad: su padre»
El doctor Gaona habla de cómo la violencia doméstica puede ser alimentada desde múltiples fuentes, siendo uno de ellos la que otrora se denominara crimen pasional. En sus palabras, en este tipo de conducta se ven confrontados los sentimientos más íntimos del ser humano con la dura realidad.
«Puede que le mintiera»
Una discusión que debería haber sido intrascendente se ve enturbiada por oscuros resortes que se van activando como una reacción en cadena que, llegado un momento, se vuelve imparable: «En ese instante, un embarazo que era ilusionante pasa a convertirse en un acontecimiento negativo. Y voy más lejos: pudiera ser que, el comentario que ponía en duda su paternidad no fuese veraz, sino fruto de una intención momentánea de hacer daño en el contexto de una discusión de pareja».
El detonante de estas coordenadas pudo ser el talante que el psicólogo Antonio Martin atribuye al asesino: inseguro, posesivo, incapaz de comunicarse de manera abierta y clara, e incapaz de aceptar la realidad escudándose en una forma rígida de concebir las relaciones. Cuando Dorel declare ante la magistrada, quizá se arroje algo de luz sobre su proceder, mientras ese doctor llamado tiempo intenta consolar a su hija de tres años y a su familia política. Quizá el tiempo haya sido el verdadero desencadenante de esta tragedia: Viorela deseó hacer uso de ese «caro bien», tras no hacer pie en su relación de pareja, sabedora de que una vida de segunda mano no merece la pena ser vivida.
Otro año negro para la violencia machista
Al final, es la fría estadística la que intenta cuantificar el dolor de las familias que padecen esta lacra. Los números vuelven a ser trágicos: al menos 18 mujeres han muerto a manos de sus parejas o ex parejas. Una cifra que empeora la registrada a estas alturas de 2010, cuando 15 mujeres habían sido asesinadas. El año se cerró con 73 muertes. Emilia Hernández Cordero –forense de uno de los juzgados de Violencia sobre la mujer de la Plaza de Castilla, explica que: «La educación, los valores y los estereotipos aprendidos socialmente –y no las sustancias o el alcohol– constituyen la verdadera influencia para que se produjeran estas relaciones asimétricas que terminan en maltrato o tragedia.
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