Roma
OPINIÓN: Rico en misericordia
No goza de muy buena fama el Perdón. De un lado «perdonar de corazón» es considerado con frecuencia como signo de debilidad; se suele comentar que aquel que perdona no es capaz de hacerse valer. Por otro lado «pedir perdón sinceramente» es complicado, es humillante, es muy difícil, y aun cuando uno reconoce su error no suele practicar este ejercicio porque parece que la consecuencia será la pérdida de autoridad; a partir de ese momento -eso creemos- ya nos han perdido el respeto. ¡Qué lejos de la realidad se encuentra quien así piensa! Me recuerda el primer anuncio publicitario de la Tónica: «… es que lo has probado poco». Ciertamente. Quien está ejercitado en el perdón, quien vive este don, quien pide perdón y perdona con asiduidad… sabe del gozo que se experimenta, de la alegría del corazón, de la libertad interior que se vive.
En cuanto al Pecado otro tanto podemos decir. Para unos no existe, para otros es un mero error sin consecuencias, otros prefieren dejarlo aparcado. San Pablo, por el contrario, afirmaba que «el salario del pecado es la muerte»; y la experiencia cotidiana nos dice a todos que quien vive en el pecado está triste y no tiene vida. La realidad es que el pecado es una acción humana opuesta a Dios. El hombre, por el pecado, rechaza el amor divino, y trata de construir su yo y el mundo al margen de Dios, su Creador. Así, el pecado trastorna y desordena el propio ser de hombre, lo autodestruye y lo deshumaniza. El hombre experimenta la amargura y la muerte. Frente a este panorama está Dios, y «Deus caritas est». Benedicto XVI nos lo ha dicho claramente al dar este título a su primera encíclica, para llevarnos al corazón del Evangelio y de la vida cristiana. Lo que caracteriza a Dios, su esencia, es ser Amor. Si éste sería su nombre, su apellido es «Misericordia». No es una redundancia, es una especificidad. Dios es «rico en misericordia», y éstas fueron las palabras escogidas por Juan Pablo II para su segunda encíclica, «Dives in misericordia» fechada en Noviembre de 1980. No se habían cumplido seis meses de su publicación y el Papa experimentaba en su propia carne las consecuencias del pecado, del odio y la violencia, con el atentado en la plaza de San Pedro. Todos recordamos, conmovidos, la visita a la cárcel de Rebibbia para abrazar y perdonar a Alí Agca. Lo que quizás no todos saben es que la primera salida de Roma tras su restablecimiento fue al «Santuario del Amor Misericordioso», en Collevalenza, para agradecer a Dios, rico en misericordia, el don de la vida. La espiritualidad de la Madre Esperanza, murciana de Santomera, coincidía plenamente con la del Papa.
El capítulo 15 del Evangelio de Lucas es el capítulo de la Misericordia. Es el regalo de la liturgia de este domingo. Las tres parábolas describen la misericordia de Dios y ponen de manifiesto la alegría festiva: ha sido hallado lo que se había perdido. Hay gozo desbordante. La conversión y el perdón crean Comunión.
Hoy día es necesario afirmar con fuerza, como San Pablo, que «Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos dio vida por Cristo» (Ef 2, 4). El hombre contemporáneo necesita escucharlo para «volver a vivir», porque allí donde está la miseria humana, allí se derrama con mayor abundancia la misericordia de Dios. Lo acaba de decir -de otro modo- Benedicto XVI a los jóvenes reunidos en Loreto: «allí donde está Cristo no hay periferia, no hay marginación, porque Cristo es el centro… Poned a Cristo en la periferia, en los lugares de marginación…».
* Capellán de la UCAM
✕
Accede a tu cuenta para comentar