Historia
Fertilidad y artillería
Mientras nos preparamos para decidir en las urnas la identidad de quienes han de gobernar el país, el mundo ha alcanzado la cifra de 7.000 millones de habitantes y los especialistas se preguntan si con ese panorama demográfico habrá alimentos para todos, o si por culpa de la escasez habremos de enfrentarnos a grandes convulsiones sociales que cambiarán por completo el equilibrio geopolítico mundial y modificarán de manera traumática nuestra manera de vivir. En las actuales condiciones sólo cabe esperar que al mundo lo rediman dos clases de soluciones: un milagro o una revolución, sin descartar la posibilidad de que las pequeñas guerras regionales se conecten las unas con las otras para dar lugar a un conflicto generalizado cuyos resultados al final serían una hecatombe social y un reajuste demográfico. Es obvio que cuando la política se revela incapaz de suprimir el hambre, es la violencia la que hace las cosas de tal manera que a quien se suprime es al hambriento. Yo nunca he creído que los hombres se enfrentan motivados a la lucha por sus ideas, salvo en el caso de que esas ideas vayan asociadas a cosas materiales, entre ellas, la comida, habida cuenta de que las ideas que sólo se leen son por lo general menos suculentas que aquellas otras que simplemente se cocinan. Más de medio mundo vive en condiciones de hambre real, y una buena parte, en situación de ayuno extremo. Las consignas que en la sociedad del bienestar divulga e implanta la publicidad, en el submundo del hambre las expanden y arraigan los mítines de un tipo encaramado a la intemperie en un tonel con pólvora. Sólo se necesita que surja la figura carismática que concite la simpatía general de los hambrientos, el individuo flaco, astigmático y brillante que convenza a los desheredados de que ha llegado el momento de sustituir la resignación por la lucha. ¿Estamos lejos de eso? Yo no lo creo. Se dirá que el mundo no es el que era cuando estallaron las grandes guerras y que la generalización de ciertos principios morales y culturales garantiza una reacción educada de la gente que sufre. ¿Estamos seguros de eso? Yo no diría tanto. ¿Y si resulta que alguien en alguna parte nos demuestra que la paz ha causado estragos sociales superiores a los ocasionados por las grandes guerras? Yo lo fío todo a mis presentimientos. Y mis presentimientos me dicen que la Historia está plagada de sublimes momentos de hambre, inteligencia y amargura en los que alguien le demostró al mundo que la tierra es más fértil después de que la haya removido durante algún tiempo la artillería.
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