Hollywood
Clubes de fumadores la última calada a la ley
En Orense han encontrado el resquicio a la norma: una asociación de amigos del tabaco, que ya tiene 300 socios. Van al bar, compran la bebida y se la llevan
Y se hizo la ley definitiva. En una segunda entrega, la normativa antitabaco ya está tanto en la calle como en el ánimo de sus partidarios y detractores. Como todo procedimiento, nace con vocación de ser cumplido. Sólo que tiene varias aristas: los que buscan triquiñuelas legales para escorar la disposición sin faltar a ella, los insumisos –un par de agresiones en establecimientos hosteleros–, los llamados a ser delatores –¿la denuncia, acaso no se da en todos los planos del ordenamiento jurídico en tanto que una ley debe ser cumplida?–, la duda ciudadana de si el Estado puede garantizar el cumplimiento. Y, claro está, las excepciones de la ley, como son los psiquiátricos –quien haya visitado alguno, sabrá que es imposible prohibirle fumar a un enfermo mental– o los centros penitenciarios –aunque los funcionarios de prisiones aseguran que las juntas de tratamiento ya consensuaban «chabolos» con humo y otros libres de él–.
Según los datos del último Eurobarómetro de fumadores, nuestro país está en la edad de piedra, sólo igualado con Grecia. Aunque la cuestión vaya un tanto más lejos que fumar o no fumar. Se trata de hábitos. Al igual que ahora nos resultan casi «pleistocénicos» los tiempos en los que el médico nos auscultaba con un cigarro en la boca, o el profesor nos enseñaba quebrados en el encerado, encendiendo un «celtas» con otro, los expertos aseguran que nos habituaremos a excluir el tabaco de nuestra vida.
Sólo socios
Tal y como vaticinó el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla –fumador de puros confeso–, no serían pocos a los que los animaría el espíritu de buscar las fisuras de la ley para arrimar el ascua a su cigarro. «Habrá sitios, bares o restaurantes, que alquilarán algún espacio, donde sólo podrán entrar los fumadores y ahí sí que no podrán decir nada». Y se hizo. Para ser más concretos: en Orense. El camarero Carlos Ramón Cid, trabajador del complejo Hostelero de Xesteira, se ha erigido en presidente de la primera «Asociación de Amigos del Tabaco». El primer club de fumadores nacido al amparo de la ley, y con un seguimiento exponencial: «El día de su constitución éramos tres socios y, cinco días después, 300», explica su presidente.
Según José Luis Freijoso, asesor legal de la asociación, «este club se ha fundado según una disposición adicional, de un texto tremendamente genérico. Sólo se requería constituir una entidad jurídica sin ánimo de lucro –bajo la fórmula asociativa o fundacional–, cuyos socios fueran mayores de edad y que no realizase ninguna actividad comercial –intercambio de productos consumibles–». Requisito indispensable para que los bares no se convirtieran en clubes, pero, «el funcionamiento es tan sencillo –matiza Carlos Ramón Cid– como ir al bar, comprar una consumición y llevarla al local de la Asociación. Cuando terminas, devuelves la taza vacía al bar... ¡Y se acabó!». La ley no contempla una reglamentación más exhaustiva: ni regula proximidades a negocios hosteleros ni metros cuadrados del habitáculo ni sistemas de ventilación u extracción. «Aunque nuestra sede –concluye orgulloso el asesor legal– es un antiguo teatro y se trata de un lugar con accesos independientes».
Por el módico precio de un euro por alma inscrita, los orensanos pueden tomarse un carajillo o un café, acompañado de un cigarro. «Eso sí, pasados tres meses, habrá que convocar una asamblea y ver su regulación futura», matiza José Luis Freijoso, que se ha apresurado a colgar el letrero de «Prohibido el paso a personas que no sean socias».
La Xunta no alega nada. En los medios se hablaba de comunidades, más o menos afines, en función de su escepticismo hacia la ley. Andalucía y Madrid se postulaban como las más «rebeldes» y, no en vano, 246 y 149 denuncias –respectivamente– lo corroboran. Pero a tenor de la normativa, los gobiernos autónomos sólo tienen competencia para vigilar el cumplimiento de la ley e imponer sanciones, pudiendo desarrollar sólo legislaciones explicativas.
En las antípodas de la Asociación orensana está el albaceteño «Oxford Club de Fumadores» exclusivo de consumidores de habanos y bebidas Premium. «Tras siete años en funcionamiento –explica la dueña, Sara Arriaga– y más de 100 socios, desde esta semana nuestra clientela se ha reducido a un tercio. Sólo el fumador de puros entiende que un habano necesita su tiempo. No se fuma en cinco minutos en la calle; requiere de compañía y un cierto ritual. Creo que terminaremos haciendo algo parecido a lo que han hecho en Orense, tal y como permite la ley, porque nuestros clientes nos lo demandan».
Una semana de furia
Así las cosas, ¿cómo explicar los sucesos de esta semana? La ira, la rabia, la agresión, las denuncias... Un tercio de los habitantes contra los otros dos tercios. «Tiene una relación directa con el concepto, fallo y quiebra del Estado del Bienestar –aclara José Hermida, experto en comunicación interpersonal y autor del libro «Hablar sin palabras. Cómo dominar todas las situaciones a través de los gestos» (Temas de hoy)– ya que el sentimiento de solidaridad en España no es el más destacado. Vivimos en una sociedad sin un sentido de cooperación, que hace dejación de los derechos que genera el asociacionismo. En segundo lugar, nos falta cultura en la invocación y reclamación de nuestros derechos y, por último, se generan tensiones porque la ciudadanía no comprende que el Estado del Bienestar está basado en la solidaridad de los ciudadanos. Por tanto: egoísmo y dejación de los propios derechos, suponen un conflicto que se resolverá con dolor pero perderá –a buen seguro– la minoría».
Dicen los politólogos que nada más progresista que velar por la salud de la colectividad en lugar de la individualidad. Que no hay muros de la vergüenza entre fumadores y no fumadores, que es cuestión de hábitos y respetos. Que igual que aprendimos a no fumar en los centros de trabajo, aprenderemos a hacer lo mismo en los bares en tanto que «el derecho de pernada humícola».
Aunque las 557.000 firmas que respaldan al club de Fumadores por la Tolerancia aseguran por boca de su portavoz, Javier Blanco, que no significa aceptar «sino acatar, que es distinto, en tanto que es una ley promulgada por un parlamento electo». Les parece un mecanismo perverso el hecho de aprobar normas que cambien las costumbres de las personas pensando en que la gente se acostumbrará: como prohibir los toros. «Nos resulta un impulso prohibicionista –prosigue Javier Blanco– motivado por una política sanitaria equivocada, que quiere tutelar a los ciudadanos como si fueran menores de edad y, de paso, estigmatizar a los fumadores con situaciones ejemplificantes: ‘‘Míralos, en la calle, por viciosos". Al final, seremos un buen número de ciudadanos, incluso para constituir un partido político como ocurrió en Baviera», dice bromeando.
¿Cambiará el ocio?
Ninguna de las partes está conforme: los no fumadores temen el no cumplimiento y la rebelión, en tanto que los fumadores se lamentan de la estigmatización. Los expertos auguran un final próximo de aclimatación, aunque los partidarios continúan la batalla «en tanto que no hay consenso político y el Parlamento está dividido. Haremos lo posible con nuestras 557.000 firmas para hacer una ley más justa, que defienda los derechos de los que quieren espacios sin humo pero que permita al fumador tener sus reductos» –concluye el portavoz de Fumadores por la Tolerancia–. De lo contrario, la gente variará sus costumbres, obligada: volveremos a las fiestas privadas, a ver el fútbol en casa y a comprar las bebidas en los supermercados».
De la modernidad al anacronismo; del refugio del estrés y el premio emocional a la ultracorrección política. De la laxitud a la inflexibilidad. ¿Sabremos hacer esta nueva transición... del humo?
Con los días contados
Servía para romper el hielo en las presentaciones, para celebrar eventos, como báculo de consuelo, para ligar, como inspiración de poetas, como seña de identidad. Ansiolítico, elemento de distinción, de reivindicación, de modernidad...
Pero, ahora, el mismo cigarro que tanto masculinizara la figura imborrable de Humphrey Bogart o hiciera más erótica a Rita Haywoord, en las grandes películas clásicas de la época dorada de Hollywood; aquel que fuera seña de distinción en Churchill o de identidad de Groucho Marx es ya una práctica en extinción, tanto en la fábrica de sueños como en la vida real. Vivir rodeado de humo daba una imagen de la que era difícil desprenderse.
Aquellos que viven a un cigarro pegados, bien por rutina, por adicción o presumible distinción, desde esta semana tienen poco margen de actuación para el cultivo del humo, porque la policía de lo correcto, es decir, la legislación vigente, perseguirá a quienes tengan la firme intención de seguir viciando el aire...
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