Zamora

Con Feliciano por Agustín García Calvo

La Razón
La RazónLa Razón

-Oiga, señor, por favor, que tengo que salir de la casa, pronto, pronto, si me acompaña por la niebla...
-Y, ¿qué es eso ahora de hablarme de usted, Feliciano?, ¿se te ha olvidado también que eres mi cuñado de hace no sé cuánto?
-¿Ah, sí? Pero acompáñame, hombre, porque, si no…
-Si no, ¿qué?, hum, ya veo.
-Venga, vamos a ello, échate la bufanda, que no te coja el frío.
-Ya estamos en la niebla. A ver, ¿qué es lo que pasa?
-Que tengo que esconderme.
-Ah, y ¿de qué?
-Pues, ¿no lo has visto tú en la televisión esa, que a cada paso están dándose señas de dónde puedo estar, y que me afusilan?
-¿A tí? ¿por qué?
-Eso yo no sé. Pero ellos lo saben.
-¿Sí?
-Me echan la culpa de «toa» la desgracia.
-(Dos o tres años hacía que se había metido en Zamora la televisión). Pero, hombre, ¿no ves tú que eso que dicen no es nada tuyo en particular?, ¿que es lo que le pasa a cada uno, sólo con que sea cada uno?
-No, no: a mí, a mí, con esa cara que me veo en la pantalla, tan clara como en las «afotos». Que no quieren que viva; que no me dejan vivir y tengo que esconderme.
-Ya: como decía el viejo griego, «Lathe bioósas: que no se sepa que has vivido».
-Yo no entiendo ese habla. Pero que me tienen «apuntao» para ajusticiarme en cuanto me atrapen, eso por seguro.
-Claro: para eso tiene uno su Nombre Propio: que, como así ya no puede morirse, tienen que echarle toda la culpa del mundo para que…
-Otra vez me habla palabras que no entiendo: ¿qué es «culpa»?
-Pues algo así como «causa», ¿entiendes? Bueno, ya estamos debajo del puente, bien escondidos. Aquí no van a cogernos, ¿no?
-A ver si pasan por encima con el chorreo de sus luces y no les da por asomarse. Así que ya verás cómo es.
-A ver cuántos pitillos me quedan. Seis. Para seis horas, tirando mucho, le aguanto a este infeliz.
-Cuando te sacan de la lista…
-Que quieren hacerme pasar por él, y que sea yo el que estoy loco y con el mundo al revés.
-Y que me llevan a unas tapias de cemento…
-Y que quieren convencerse de que, cuando muera yo, es a él al que lo matan. Pues ¡no señor! A cada cual lo suyo.
-Y por eso…
-¡Jo, qué frío!