Cataluña
Toros o nada
En más de una ocasión me he posicionado por escrito sobre las corridas de toros. No me gustan, me parecen una barbaridad, una muestra de crueldad y un atentado contra los derechos de los animales. Pero por encima de cualquier cosa, pienso que es una cuestión que no se puede tomar a la ligera y, sobre todo, acerca de la que no se puede legislar de un modo tan maniqueo, cínico e hipócrita como el que ha mostrado el Parlamento Catalán. Como se ha argumentado estos días, la prohibición de los toros en Cataluña tiene mucho menos que ver con los derechos de los animales que con la supuesta españolidad de la fiesta «nacional» (pues seguirán perviviendo otras tradiciones más lesivas para los animales pero también más «localizadas» en la historia catalana). Esto lleva a la arena de la lucha política del nacionalismo zafio (de ambos bandos, diría yo) una cuestión que es de orden moral y que es mucho más compleja de lo que parece, sobre todo porque una prohibición como esta implica toda una serie de efectos colaterales que nos hacen prácticamente redefinir todo el sistema de relación con la tradición, con los animales y con el entorno. Y es que cambiar un elemento del sistema equivale a modificar el sistema por completo. La cultura se crea como un castillo de naipes en el que todas las cosas surgen contextualmente, por la relación de unas con las otras. No podemos quitar un naipe y pretender que el castillo siga en pie. Queremos hacer la tortilla sin tener que romper los huevos. Y la cosa es más compleja. Es una pena que, en lugar de repensar seriamente estas cuestiones, todo quede en un circo político donde gana el que más grita o que mejor sabe hacer el tonto.
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