Conciertos
Trías y la música del alma
La música es el vehículo al que recurren los filósofos y los místicos para unir el mundo inteligible y el sensible. Eugenio Trías va más allá y explica que la escritura musical nace de la oración, que es tan vieja como el proverbial «Ora et labora».
El filósofo sigue trazando el mapa de la filosofía de la música que interesa a pensadores como Wittgenstein, Schopenhauer o Nietzsche con la continuación de su «Canto de las sirenas» en una nueva obra, «La imaginación sonora», con otro punto de vista. Si en el primero ponía a conversar a los compositores con pensadores grecolatinos, en éste intenta atrapar el aliento judeocristiano en los grandes músicos. Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Liszt, Wagner, Verdi, Mahler... tienen argumentos que surgen de textos sagrados, de la época «oscura de la Edad Media», de temas universales como la muerte y la resurrección, preguntas que los filósofos no son capaces de responder y apenas exponer en su inmensidad. De su producción musical, toma obras de etapas tardías, donde las fragilidades del alma se hacen más evidentes en los compositores. Define su obra, que abarca todo un milenio desde el año 1000 a 2000, como «un intento por situar a los grandes músicos en el centro de una historia de las ideas» que en este volumen pone el foco en las propias composiciones y sus fuentes. «Me estoy quedando sordo –asegura Trías–; si los dioses son clementes con mi salud, intentaré atar algunos cabos sueltos en un libro que cierre el tríptico». Cabos como los compositores rusos (Chaikovski, Shostakóvich y Mussorgski), la música española del renacimiento y el siglo XX con Tomás Luis de Victoria o Manuel de Falla, por ejemplo, y otros que se han quedado fuera de los libros anteriores: Händel, Chopin, Luigi Nono y Morton Feldman. Este segundo tompa surge de un gran hallazgo para Trías.
Gracias al iPod
La culpa fue de su amigo Xavier Güell que, un día en el Ampurdán, le acercó su iPod. Quería hacerle escuchar la música de un enigmático compositor, Giacinto Scelsi (1905-1988), que fue educado a la manera medieval, del ajedrez a la esgrima, sin formación musical específica y con conocimientos de filosofía oriental. El fracaso de su «Renacimiento del verbo» le condujo a un psiquiátrico varios años. Los pasó encerrado, escuchando obsesivamente el sonido de cuatro notas, sus ecos «de un cosmos absoluto» hasta que en 1959 compuso las «Cuatro piezas para una sola nota», una inspiración para el pensamiento.
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