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La Razón
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Un poquito de por favor; por Javier Ares
Se diría, haciéndonos eco del sentir popular y periodístico (no sé cuál de los dos es más forofo), que España ha quedado eliminada de la Eurocopa. Es lo que bien podría deducirse tras las salmodias de cuantos petimetres creen saber más que el entrenador y dominar mejor que él lo que sucede intramuros de la Selección. Que nunca hubo nada más osado que la ignorancia.
Pues no. España se ha clasificado. Y jugará el sábado por un puesto en las semifinales, siguiendo el guión más o menos previsto por quienes ponderamos las dificultades que entraña ganar cualquier encuentro de una fase final, como bien quedó demostrado en el último Mundial. Sí, aquel en el que fuimos campeones tras irnos dejando el alma a jirones ante rivales supuestamente inferiores.

Como quiera que yo pronostiqué en antena –que no en el bar– que el España-Croacia era un partido de cero a cero, nada me extrañó de lo que en él sucedió. España –técnico y jugadores (sobre todo éstos)– jugó entre precavida y atemorizada; pero, Casillas y el árbitro mediantes, se alcanzó el objetivo.

Despotrican los que juegan a entrenadores porque creen que en los dominios de España no se puede poner el sol. Y tienen, claro, que buscar culpables, dependiendo generalmente de filias y fobias, cuando no de colores o pasiones. Pero no han de venir mal estas angustias para recordar quienes somos. A España le falta bastante (Villa, sobre todo) para ser el equipo imbatible que pretendemos. Y al periodismo le sobra estulticia y prepotencia.

 

Jesusito de mi vida; por Javier Ruiz Taboada
España de celeste nunca pierde, pero el dato no alivia el sufrimiento. Contra Croacia se nos mudó «la color». A la Selección le hicieron falta Dios y Casillas para encender la mecha del petardo con el que nos estaba amenazando. Mientras, los croatas jugaban con las bengalas y pintaban a cuadros la piel del tigre. España no parecía el Barça de otras veces, ni siquiera el Real Madrid.

España no parecía ni España. La angustia se hizo carne cuando vimos, como una excepción que no confirma reglas, que tampoco a Del Bosque le llegaba el bigote al labio. Los sufridores en casa, por un momento, llegamos a pensar que los nuestros nos iban a dar calabazas a las terceras de cambio. Pero afortunadamente no fue así. Una vez más, Iniesta, que tiene ese aspecto de pasar de todo y sobre todo balones de oro, le puso uno a Jesús Navas como queriéndole decir –toma y triunfa–. Y vaya si lo hizo, del marcador inicial de 2-2 pasamos a un 1-0 que nos puso en la senda del siguiente amago de infarto.

Los chorros de tinta que alimentaron la bobada de un posible acuerdo para dejar a Italia con la bota descompuesta hoy se reciclan para que el día de mañana alguien pueda escribir la letra de otra canción de cuna. A uno no le cabe más remedio que apelar al juego de palabras para pedir que, con las cosas de meter y el juego limpio, twitterías, las justas.